Marcelo Di Bari

¿Viste cuando te lastimás un dedo y te dicen que no te lo toques, y vos vas y te lo apretás igual, y lo único que lográs es que te duela más? Bueno, el periodismo es eso. Es una profesión para morirte dignamente de hambre.

Me lo dijeron en Radio El Mundo. Yo tenía 17 años y estaba recorriendo estudios y redacciones, porque sabía que quería trabajar de esto y buscaba consejos de cómo arrancar. Al año siguiente empecé a estudiar en el Círculo de Periodistas Deportivos y el 8 de septiembre de 1984, fecha que nunca olvidaré, escribí mi primera nota firmada en el viejo Tiempo Argentino: una crónica de un partido por la última fecha del campeonato de rugby.

Pasaron más de tres décadas, un montón de diarios y revistas, algún coqueteo con la radio y la televisión. Y no me arrepiento de haber elegido esta profesión. Podría haber hecho muchas otras cosas: era buen estudiante (abanderado en el secundario, no me llevé materias), me recibí de licenciado en Economía con mención de honor, pero la adrenalina que me genera el periodismo no la experimenté con nada más. La avidez por la información, por quitar la hojarasca y entender qué está pasando, por ver cómo interpreta y difunde las cosas cada medio de comunicación, me apasiona.

Escribí sobre espectáculos, sociedad, política, municipales, información general. Pero tarde o temprano siempre volví a Deportes. Cubrí desde fútbol de ascenso a Selección; carreras de Fórmula 1, de TC en ruta y rallies; seguí a Los Pumas cuando eran amateurs, a Las Leonas cuando ni siquiera se llamaban así. Vi jugar al Diego y al Bocha, a Vilas y a Nalbandian, a Porta y a Pichot; correr al Lole, a Schumacher y a Traverso; les di la mano a Karpov y a Kasparov; a muchos de ellos pude entrevistarlos. Siempre tuve predilección por las disciplinas menos difundidas: me di cuenta que a mayor distancia de las cámaras y los micrófonos, más genuinos son el esfuerzo y la pasión que mueven a sus protagonistas y más ricas son sus historias.

También es genuina nuestra pasión para esperar hasta después de la medianoche un partido de fútbol o de básquet y escribir contra el reloj, sabiendo que sólo falta nuestra crónica para imprimir el diario (y después dicen que lo nuestro es fácil). Y para insistir en este trabajo tan poco honrado por muchos patrones, que creen que el periodismo es juntar tres bananas y hacer un licuado; sin contar los que no cumplen con la ley, les mienten a sus laburantes y los dejan en la calle cuando les conviene. Que esos pseudoempresarios de poca monta sepan que, de una manera u otra, los periodistas nos arreglaremos para seguir rescatando historias y poder contárselas a la gente.