Llegué a Tiempo Argentino un día en el que todo parecía suspendido. Había pocas computadoras, poca gente y un aire de que algo iba a pasar. Conocí a Alberto que confió en mí para formar parte del equipo de Mundo. Mi hermana Lucía conoció a Gabriel que vio en ella una estrellita para la sección de Sociedad. Y se fue construyendo una familia, la familia de Tiempo.
Después se fueron algunos, llegaron otros. Luis, por ejemplo. Querido Luis. Vos llegaste para quedarte.
Cuando el amor comenzó a llevarme para otros lados, Roberto me soltó las riendas y me dejó volar hacia Italia. Seguir en Tiempo pero desde acá, Milán, desde donde escribo y sigo, con impotencia y orgullo, la lucha de mis compañeros.