La escena se repitió en cada uno de los nueve gazebos distribuuidos a lo largo del recorrido de la marcha del 24 de Marzo: en pocas horas se agotó una tirada de 35 mil ejemplares y el público lector que no lo podia encontrar se amargaba por perderse el número especial, pero se alegraba por el triunfo de los trabajadores. Una fuerte señal para los empresarios vaciadores.










Cerca de las ocho de la mañana del 24 de marzo, Martín se transformó en el primer comprador de la edición especial del diario Tiempo Argentino. Un número extraordinario que fue posible gracias al esfuerzo y al amor que le imprimieron sus trabajadores, en el marco de una jornada muy especial.
A 40 años del golpe de Estado cívico-militar que dio inicio a la dictadura más sangrienta de la que la Argentina tenga memoria, salieron a la calle 35 mil ejemplares de una publicación que terminó colmando y sobrepasando las expectativas del más optimista de los trabajadores del diario.
Es que así como Martín, los lectores de Tiempo Argentino, se acercaron a una Plaza de Mayo (y a sus alrededores) para decir, una vez más, “Nunca Más”, pero también para llevarse su ejemplar de Tiempo, que volvió al papel en una claro desafío al lockout patronal que imponen los empresarios Sergio Szpolski, Matías Garfunkel y Mariano Martínez Rojas desde principios de febrero.
En nueve puestos distribuidos a lo largo y ancho de la zona de influencia a la marcha que año tras año reclama Memoria, Verdad y Justicia, los trabajadores y trabajadores de Tiempo Argentino colocaron, en tiempo record, toda la producción que fue posible gracias a un acuerdo solidario con Gráfica Patricios.
Fue un contacto peculiar entre los lectores y los trabajadores del diario, que oficiaron de canillitas y que recibieron –sin intermediarios– el aliento, el afecto y los buenos deseos de los hombres y las mujeres a los que solían hablarles a través de las páginas de Tiempo Argentino. Tan fuerte resultó ser el vínculo entre quienes hacen el diario y sus receptores, que cuando estos últimos se acercaban a una de las carpas a buscar su ejemplar, y se encontraban con el cartel de “AGOTADO”, se retiraban con una sonrisa esbozando felicidad y los dos pulgares hacia arriba en señal de alegría plena. “Bueno, no importa. Mejor, porque lograron lo que querían”, repetían uno a uno los lectores que preguntaban si habría una nueva tirada. Y sí, la habrá: serán unos diez mil nuevos ejemplares para que quienes no pudieron llevarse el suyo, puedan tenerlo. En total se recaudaron 927 mil pesos, una cifra que sirvió para distribuirse entre los trabajadores del diario que no cobran salarios haces casi cuatro meses. Además, otra porción de lo recaudado se reinvertirá para sustentar el nuevo camino que afrontará este colectivo de trabajadores: la autogestión que pretende materializarse en una salida semanal impresa de Tiempo Argentino.
Entre los cientos de miles de personas que pasaron por la Plaza de Mayo el último 24 de marzo, desde muy temprano hasta las desconcentración, ya caída la noche, pasaron por los gazebos montados por los trabajadores de Tiempo Argentino una innumerable variedad de personajes.
Entre ellos, una señora se presentó como la maestra de Sergio Szpolski que compró Tiempo, transmitió ánimos y recordó a su ex alumno como “muy inteligente pero muy chanta”. En el mismo punto, en Florida y Diagonal Norte, un policía miraba un libro sobre Azucena Villaflor, fundadora de Madres de Plaza de Mayo y desaparecida en 1977. «Está mujer murió de un infarto, ¿no?», preguntó el oficial con cinismo. «No, fue desaparecida», le contestaron en seco. Pero no hubo tiempo para amargarse, ya que en esa misma esquina, cerca del mediodía, cayó un canillita de lujo: Víctor Hugo Morales, quien estuvo durante cinco horas vendiendo y firmando ejemplares de Tiempo.
Con las yemas de los dedos bañadas en tinta, cuando todavía picaba el sol en la nuca, los mensajes de texto se cruzaban de una carpa a la otra: “No, no tengo más nada. ¿Allá quedó algo?”. La negativa volvía. Cuando la señal era mala o la batería insuficiente, había que caminar, no importaba cuánto. El motivo de la visita al gazebo (no siempre el más cercano) se diluía por un rato. Importaba, claro que importaba, si habían quedado o no ejemplares. Pero los abrazos, las lágrimas y la alegría de sentir el placer de la misión cumplida se robaban el momento. Lo dicho: Tiempo Argentino, su edición especial a 40 años del Golpe, se había agotado gracias al esfuerzo de un grupo de laburantes que resiste en una lucha que se guía por la convicción de alcanzar el triunfo.