Los trabajadores del diario El Argentino Mar del Plata ya llevan cuatro meses sin cobrar sus salarios. Aunque la patronal de Sergio Szpolski y Matías Garfunkel les ofreció un miserable acuerdo económico, aceptaron. Pero la plata nunca apareció. Mientras el poder político mira hacia otro lado ante las políticas de vacimiento empresarial, ellos siguen con su lucha.
La lucha a 400 kilómetros del epicentro del conflicto es complicada, genera impotencia cuando nada funciona y no se obtienen resultados. Cuando el Grupo 23 decidió dejar de pagar salarios -en el caso marplatense, allá por principios de diciembre- se intentó buscarle algo de lógica al impensado escenario ¿Cuánto tiempo una empresa puede tener en el limbo a 800 trabajadores en general y a seis en particular? ¿Cuánto tiempo puede pasar sin que intervengan las autoridades que corresponden para que los empresarios cumplan con sus obligaciones?
Pasaron tres meses desde que los trabajadores nos hicimos esas preguntas y la respuesta es aterradora: parece que puede pasar mucho tiempo y eso tampoco garantiza una resolución favorable para el trabajador.
Tras ese lapso, es momento de sincerarse. A diferencia de lo que sucede en Capital Federal con los compañeros de Tiempo Argentino, Radio América, Infonews y la edición de El Argentino de esa ciudad, en Mar del Plata fuimos conscientes desde un principio que mantener la fuente de trabajo era una utopía, algo difícil de lograr con una empresa dispuesta a deshacerse del medio para el que trabajamos durante 16 meses.
La posibilidad de conformar una cooperativa también fue descartada, no por falta de voluntad sino por un conocimiento cabal de cómo funcionan los medios de nuestra ciudad. Sin estructura -porque la redacción de El Argentino Mar del Plata se montó en un departamento cuyo dueño tiene negocios con Sergio Szpolski-; sin impresión local –porque este proceso se llevó a cabo siempre en Buenos Aires-; y con una deuda salarial que nos puso a los trabajadores en la posición de necesitar dinero para ayer, en pos de cubrir las necesidades más básicas de las que nos privó la empresa, cooperativizarnos hoy no es una opción viable.
El gran objetivo es lograr una indemnización que nos permita subsistir, hasta tanto surja una nueva posibilidad laboral. Y aquí viene lo más paradójico de todo este conflicto: la empresa debía nada más que hacer una oferta económica, allá por diciembre, para desprenderse de una pata del conflicto. Una oferta económica que para empresarios de esta envergadura no significa demasiado, pero que para un laburante lo es todo.
La oferta llegó después de mucho insistir, después de literalmente enfermarnos por la situación a la que fuimos sometidos. La oferta llegó ya no con un salario adeudado, sino con cuatro, y medio mas correspondiente al aguinaldo. La oferta apenas sobrepasa ese monto, es decir, que la empresa podría finalizar un conflicto laboral prácticamente sin indemnizar.
Y después de debatir y mucho pensar, llegamos a la conclusión de que debíamos aceptar la oferta porque era lo único que iba a haber. El cinismo no sólo de Sergio Szpolski, mandamás del Grupo Veintitrés, sino también de María Gracia Perrone, gerente de Recursos Humanos, quien a pesar de asegurar que a ella también le deben tres meses de sueldo, sigue cumpliendo sin inmutarse con la extorsión hacia los trabajadores, el ninguneo, las faltas de respeto permanente, las pocas muestras de calidad humana y empatía.
Todo eso nos alcanzó para saber con el tipo de gente con el que tratamos. Nos llevó a aceptar una oferta miserable la inacción del Ministerio de Trabajo, organismo que en lugar de defender a los trabajadores ha evidenciado su complicidad con los empresarios. Nos llevó a aceptar la oferta la necesidad de terminar con todo esto y la promesa de la empresa de garantizar el pago de las deudas con las obras sociales y tres meses más de cobertura en salud. Hoy estamos sin este servicio básico y ya nos está trayendo problemas. Porque la extensión de este conflicto, y el hecho de no avanzar hacia una salida, ha repercutido en nuestra salud, en nuestra calidad de vida y en la de nuestras familias de manera contundente.
Y cuando pensamos que perdimos la lucha, pero que al menos la misma estaba por terminar, un nuevo golpe: tras aceptar la oferta, María Gracia Perrone volvió al silencio y a no atender los teléfonos ni acontestar los mails. Cuando por fin lo hizo, tras dos semanas de insistencia, se despachó con gusto al asegurar que no sabía por qué la mera existencia de una oferta económica había generado en los trabajadores una expectativa de cobrar en el corto plazo. Que podían pagar en una semana o en un año; que, en definitiva, desconocía cuándo se materializaría esa oferta.
Entonces, el limbo otra vez.