Hollywood da lecciones de periodismo en la era de Donald Trump

La decisión de la industria cinematográfica de otorgar el Oscar 2016 a la mejor película a Spotlight (en Argentina, En primera plana) premia una producción que habla del periodismo que indaga al poder. Pero dentro de Hollywood, las afinidades con el poder económico conforman un establishment al que ahora se suma el mediático candidato republicano.

Al ritmo del avance de la campaña presidencial en Estados Unidos, crecen las disputas en Hollywood, que ahora no son por veleidades de estrellas, sino por preferencias políticas.

No fue a pocos a los que les llamó la atención el reciente Oscar a mejor película que se llevó Spotlight (en Argentina: En primera plana). Los méritos cinematográficos del film no destacan, y la confusión se acrecentó con los premios al mejor director, que fue una vez más para Alejandro González Iñárritu (El renacido), y de los rubros técnicos y de lenguaje cinematográfico (como montaje, sonido, etc), donde arrasó Mad Max. El camino hacia el próximo 4 de noviembre tiene a Hollywood como protagonista principal.

Con el premio a Spotlight Hollywood (en su posición como industria, como si se tratara de alguna cámara de una rama de la producción) marcó posición. Especialmente en lo que hace a lo que consideran que debe ser el periodismo, cómo se debe conducir y hacia quién tiene que apuntar; en los términos del film: hacia algún poder y no hacia los corrillos de farándula, y menos a sus desgracias. En un sentido más general, Hollywood dice que el periodismo debe hacerse eco de lo que verdaderamente necesita una sociedad (en este caso la de Estados Unidos): que sus miembros estén informados acerca aquello que “el poder” (cualquier poder: político, económico, social, judicial, religioso, hasta de instituciones culturales) pretende ocultar; no que se ocupe de la pirotecnia que levantan declaraciones igual de rimbombantes que efectivas como las que acostumbra hacer el candidato republicano Donald Trump.

Así las cosas, Hollywood en malón salió a respaldar a Hillary Clinton. En menor medida, a Bernie Sanders. Acaso el latino demasiado radical (en el sentido de radicalizado) para las siempre bienpensantes almas de Hollywood, que hace años encontraron en George Clooney a uno de los adalides de esa posición que siempre cuenta con tan buena prensa (después de todo a cualquiera le gusta el rosario de buenas intenciones que cual penitencia repite que su objetivo es la pobreza cero y el fin de la corrupción). Se puede decir que Clooney se convirtió en el reverso de lo que significó Clint Eastwood para el Partido Republicano, tanto en sus películas como en sus declaraciones.

Por eso del lado de Sanders quedaron dos históricos en sus críticas sin medias tintas a la política estadounidense en general (en especial a su postura de gendarme del mundo) y de Hollywood en particular, como lo son Susan Sarandon y Michael Keaton. En este grupo la novedad resultó Daniel Craig: el actual James Bond donó 47.000 dólares a la campaña de Sanders. Del lado de Hillary quedaron el ya mencionado Clooney, Ellen DeGeneres, Steven Spielberg (gran contribuyente financiero de su campaña), Richard Gere, Jamie Foxx, Samuel Jackson, Danny Glover y Sean Penn, entre otros.

Del lado oscuro de la contienda (obviamente, del lado de Donald Trump), figuran el ex boxeador Mike Tyson, el ex basquetbolista Dennis Rodman y, en menor medida, Sylvester Stallone. Como se ve, toda gente que hizo de la incorrección política un estilo de vida y un motor del éxito.

Sin embargo, y pese a los enconos que está ganando el debate (Clooney y Richard Gere lo tildaron de fascista, Charlie Sheen lo definió como “una pila de idiotez”, y siguen las firmas), una vez llegados a la Casa Blanca, el elegido, por decirlo de algún modo, pierde la sintonía con quien fue cuando era candidato. Por no poder, no querer o no saber, en Estados Unidos (y muchos lugares más, por supuesto) los presidentes suelen “dejar sus convicciones en la puerta” de la Casa Blanca. En ese sentido, y pese a su cercanía en el tiempo, la experiencia con Barack Obama no parece haber enseñado mucho a la comunidad de Hollywood: previo a su segunda presidencia, la reelección de Obama provocó una pelea entre Eastwood y el director negro Spike Lee.

Con otros protagonistas, los rumbos parecen repetirse. Incluso en cuanto a la posible ventaja demócrata, favorecida por el fantasma de Trump. Algo que habría que tener muy en cuenta, ya que como Hollywood y otras grandes cinematografías enseñaron, no hay miedo más grande que el provocado por los monstruos producidos por la propia imaginación. «

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