Hace poco más de un mes, el supuesto comprador de Tiempo Argentino y Radio América eligió una fallida comparación para referirse al matutino. Las falacias del argumento empresario y el verdadero motor de un colectivo de trabajo que se mantiene de pie y en lucha.
En poesía, la metáfora es aquel procedimiento mediante el cual para hablar de algo se utiliza en su lugar alguna imagen que lo represente y sirva para evocarlo. Se trata de un ejercicio de traslación de sentido; de una forma indirecta de referirse a ese algo; de una alusión por interpósita alegoría. El uso de la metáfora no es complicado: si a alguien se le diera por hablar de un hueco plateado recortado sobre el cielo nocturno, por ejemplo, todos entenderían enseguida que se trata de la luna. Sin embargo, aunque cualquiera que se dé un poco de maña puede hacer un uso más o menos eficiente del recurso, lo cierto es que eso no convierte a cualquiera en un poeta.
Tomemos el caso del empresario de origen correntino Mariano Martínez Rojas, quien el 22 de enero pasado presuntamente compró a Sergio Szpolski y Matías Garfunkel el total del paquete accionario de Radio América y de Tiempo Argentino. Hasta ese momento Martínez Rojas era un desconocido completo para casi todo el mundo. Salvo, claro, para aquellas personas que unos años atrás fueron víctimas de una estafa millonaria en la compra-venta de automóviles de alta gama, en la que el ignoto empresario estuvo involucrado. Pero, aunque no está de más recordarlo, ese no es el tema esta vez.
Aquel mismo 22 de enero, el supuesto comprador de Tiempo Argentino se reunió con la Comisión Interna del diario y al ser consultado por los montos que habría pagado para quedarse con el 100% de las acciones, sintió por un momento que además de empresario, también era poeta . Y respondió a esa pregunta con otra. “¿Cuánto pagarían por un auto sin ruedas al que le faltan los papeles, con la chapa destrozada y el motor fundido?” Sí señor: Martínez Rojas respondió con una metáfora. Una sumamente elemental, por supuesto, pero metáfora al fin. Con ella, el Golden Boy correntino daba a entender que se había quedado con el diario pagando chaucha y palito.
Pero las metáforas tienen una doble vía: la que transita su creador al enunciarlas, por un lado, pero también otra, por la que avanza quien las lee y las interpreta. En este caso, la metáfora del auto fundido remite en su origen a un producto inútil y sin ningún valor. El problema con ella es que el objeto original y la imagen que se utiliza para evocarlo no coinciden. Se trata entonces de una metáfora falsa, porque al momento en que Martínez Rojas se proclamó a sí mismo como nuevo dueño de Tiempo Argentino, en connivencia con los dos anteriores, dicho diario estaba bien lejos de ser un auto fundido.
Es posible que el auto tuviera problemas de papeles, porque de un día para otro Szpolski y Garfunkel dejaron de pagar los sueldos; puede que estuviera mal de chapa y pintura, porque Szpolski y Garfunkel hacía rato que invertían cada vez menos en el producto; es cierto que se trataba de un auto difícil de vender, porque los dueños anteriores preferían dejar que se fuera destartalando solo, en lugar de permitir que un nuevo propietario lo pusiera a punto y lo hiciera arrancar. Aún con todas esas contras, sigue resultando inadmisible suponer que se trataba de un auto fundido, simplemente porque, a pesar de todo, el motor de Tiempo Argentino (su redacción) seguía trabajando a toda máquina, como si las condiciones de trabajo fueran óptimas. Lejos de ser un auto fundido, la redacción de Tiempo ponía la quinta a fondo para seguir sacando el diario a la calle todos los días y con la misma eficiencia de siempre.
Ni siquiera si se piensa a Tiempo Argentino como un vehículo y a sus dueños como los conductores podría concluirse que se trata de un automovil fundido. En cambio ahora sí tal vez se lo podría pensar como un auto chocado por un conductor negligente que, como tal, debería ser penado por la irresponsabilidad de sus acciones. Porque eso es lo que es Martínez Rojas: un pésimo conductor. Por desgracia, parece que el Ministerio de Trabajo considera que chocar una empresa con doscientas personas abordo no es para tanto y le permite al victimario el beneficio de la impunidad, sometiendo así a las víctimas (los trabajadores del diario) a una doble humillación.
Por último, no deja de resultar por lo menos llamativo que un empresario sospechado de llevar adelante una estafa con autos de lujo,a la hora de dar una explicación recurra a la figura del auto fundido. Una imagen que a esta altura más que una metáfora parece un acto fallido. Porque, como ya dijo el poeta: el pez por la boca muere.