La cruda protesta ocurrió en «Junta de Calais», el campamento de refugiados más poblado de Francia. Fue una respuesta a la destrucción de viviendas en un sitio en el que miles de personas viven y esperan cruzar al Reino Unido.
Una decena de inmigrantes iraníes se cosió la boca para protestar contra el violento desalojo de la llamada “Jungla de Calais», el campamento de refugiados más grande de Francia, donde hace meses viven miles de personas a la espera de cruzar al Reino Unido. «Somos humanos» o «¿Dónde está la democracia?» fueron algunos de los carteles que portaban los manifestantes, residentes de un barrio en el que sólo abunda la miseria.
«Se cosieron la boca después de que su casa fuera destruida», explicó François Guennoc, miembro de la asociación francesa «El refugio de los inmigrantes». Uno de los responsables de Médicos Sin Fronteras en el país galo, Olivier Marteau, contó que los refugiados iraníes pidieron que la organización les cosiera la boca. Ante la negativa, lo hicieron ellos mismos “de una manera poco sanitaria, utilizando hilo y esterilizando las agujas en el fuego, por lo que esperamos que pasen pronto por el consultorio para evitar cualquier posible infección», dijo Marteau.
Otro grupo de inmigrantes había hecho una protesta similar el martes, después de que las autoridades francesas comenzaran a destruir las precarias viviendas y carpas que existen en la parte sur del campamento. Fue un violento desalojo con imágenes que dieron la vuelta al mundo.
La decisión de reprimir a los inmigrantes fue tomada después de que el 25 de febrero un tribunal de Lille avalara el cierre y el desmantelamiento de un sector del campamento alegando que se trata de una evacuación “humanitaria”. La gente que vive allí fue echada por la policía con gases lacrimógenos y balas de goma.
En su gran mayoría, se trata de refugiados que huyen de la pobreza, la guerra y la violencia que existe en sus países de origen. Llegaron al lugar en 2015, para intentar desde allí alcanzar el Reino Unido, que se encuentra a pocos kilómetros y donde esperan conseguir trabajo.
Las crónicas periodísticas cuentan que en Calais no pueden vivir ni los animales. Que no hay agua, ni alimentos, ni ropa. Los chicos y las mujeres están expuestos a enfermedades contagiosas y son carne fácil para la explotación sexual o el tráfico de personas.
Apenas unas lonas sucias y rotas cubren las cabezas de los desesperados que prefieren estar ahí antes que en su tierra natal. Sin embargo, llegar a Europa tampoco es garantía de paz. Muchos menos cuando son considerados una verdadera «plaga» a la que la ultraderecha británica pretende eliminar con el uso de la fuerza.
Ese término -«plaga»- fue el que eligió el año pasado el primer ministro del Reino Unido, David Cameron, para referirse a los inmigrantes de Calais. Luego de la declaración -que generó polémica y controversia en todo el mundo-, ordenó la utilización de diez millones de euros para solucionar el problema. ¿Cómo? Creando una valla que impide el paso de los extranjeros y rodeando la zona con policías para contribuir a «mejorar la seguridad del lugar».
La decisión de Cameron dejó gusto a poco en las filas de la extrema derecha británica. Nigel Farage, líder del Partido de la Independencia del Reino Unido (UKIP, por sus siglas en inglés), una agrupación que pretende que el país deje la Union Europea, pidió que el conflicto sea resuelto directamente por el ejército británico. «La situación está claramente fuera de control y es el momento de plantearse opciones radicales como la de enviar el ejército a los puertos de entrada en nuestro país», dijo el referente de un movimiento xenófobo que en mayo de 2014 logró el 27,5% de los votos en las elecciones de eurodiputados, con un discurso que aboga por el cierre de las fronteras y la expulsión de los inmigrantes.
Kevin Hurley, ex jefe de contraterrorismo de Scotland Yard, fue todavía más allá y pidió que Cameron envíe una unidad especial de gurkas –una de las fuerzas de combate más feroces del mundo, originaria de Nepal y que participó en la Guerra de Malvinas- para reprimir a los inmigrantes. «Son una fuerza muy competente y los tenemos a la vuelta de la esquina. Sería una buena opción para tener controlada la situación mientras los gobiernos francés y británico ponen en marcha una estrategia preventiva», aseguró Hurley.