Por Belauza – 23 de septiembre de 2015
Mónica Gonzaga defiende el género sin ser feminista. En tiempos de tratas de personas, femicidios y desigualdad laboral para con las mujeres, su voz gana altura desde menos combativo, más común, podría decirse, pero no por eso menos decidido a hacer valer sus derechos y ejercer su inteligencia.
Mónica Gonzaga dice no saber por qué la llaman tantos directores nóveles para sus películas. Entre ellas Noche de perros, de Ignacio Sesma, que se estrena mañana y en la que la actriz tiene un papel destacado. «Es la típica película de los chicos que salen -explica-, se meten en un lío fenomenal y buscando algo caen en mi casa, que soy un personaje de terror: exótica en sus gustos y drogadicta», describe la actriz.
Tampoco sabe bien, Gonzaga, por qué es capaz de funcionar en papeles de «loca, madre, portera», ya que no tiene «un personaje encasillado». A ella parece no hacerle falta atribuirse algún mérito especial para que nóveles y no tanto piensen en convocar a uno de los íconos femeninos de finales de los ’70 y todos los ’80 (junto con Adriana Brodsky, Susana Romero, Adriana Salguero). Como parte de ese grupo que el tiempo y la pobreza televisiva de las generaciones posteriores llevó a cierto estatus de mitología, Gonzaga comprende muy bien las diferencias entre su ayer y el hoy, y desde ahí levanta hipótesis varias sobre los cambios.
«Me llaman como un contacto intergeneracional -comenta-. Tiene que ver con lo que fue ayer el cine y lo que es hoy. Y para mí está muy bueno. Pensá que yo hice películas en la época que las cámaras eran grandotas, anchas, pesadas, donde de repente iluminación y sonido y fotografía se peleaban porque se veía el micrófono y no se tenía que ver; era todo un mundo diferente, con una actitud hacia el laburo diferente. Y después está este nuevo mundo de gente que sale a cantidades de las universidades del cine argentino, que tiene un entusiasmo muy especial pero también un conocimiento de lo que se hace muy especial. Yo me siento dirigida cuando voy, me dicen realmente qué es lo que quieren, lo que necesitan, me piden cosas, me corrigen. Entonces es muy interesante para mí como laburo por esa distancia que hay entre pegar celuloide de una película, a lo que es una isla de edición hoy.
-Y vos incluso protagonizaste La carpa del amor y La discoteca del amor, que las dirigió Adolfo Aristarain.
-¡Claro! Aristarain era el (Pablo) Trapero de hoy, dirigiendo las películas que ves hoy de (Karina) Jelinek y la otra chica que no me acuerdo el nombre (NdR: se refiere a Luciana Salazar, que son las chicas de Bañeros 4: los rompeolas y Locos sueltos en el Zoo). Él agarró películas de esas y las empezó a dirigir, cosa que no creo que tenga ganas ni se anime Trapero. Pero Aristarain hacía esas cosas, él quería filmar.
-Y había pocas ofertas para filmar.
-Cierto, tampoco había tanto crédito del Incaa, concurso de cortos, no había el movimiento de cine que hay hoy. Para mí creció la industria. Y en ese crecimiento hay de todo. Cantidad de chicos se ponen a filmar su ópera prima Y también era distinto cómo se organiza la gente: antes había que trabajar 8:45 y laburaban 8:45; eso se acabó. Hoy ves todo un equipo que salió de una universidad de cine, entonces arte, sonido, iluminación, dirección, producción, todos los departamentos es gente que quiere estar, y si tiene que estar 12 horas, está 12 horas. Y si tienen que armar el catering, lo hace la madre de alguna de las chicas, no hay problema. Es como artesanal. Eso también hace que la cosa sea posible. Porque imaginate que te llamo y a las ocho horas me decís «acá me planté, quiero morfar y sentarme». Vestuario, por ejemplo, se dedica minuciosamente a cómo estaría vestido el personaje y no lo podés creer; se hace todo medio a pulmón y con mucha garra. No es que antes no se hiciera, pero era un laburo: te pagaban por laburar. Pero no te creas que no se ven mil errores hoy. Por ahí están tan inmiscuidas en el moño de un vestido o en un tono y se les zafa algo muy importante.
-Tipo la continuidad.
-Los continuistas están un poco dejadas de lado. Miro mucha serie en Netflix. Sí, no paro, soy fanática, una adicta. Y te das cuenta de eso, lo mismo que los personajes aledaños: así el tipo tenga tres minutos de aparición, tiene que ser de primera y tener un sentido y estar fenomenal. Porque es lo que hace a que el conjunto funcione. Entonces surge la comparación entre la televisión que la hizo famosa con la actual. Una comparación en la que la misma Gonzaga evita jerarquías, haciendo más interesante su reflexión.
«Pensá que se trabajaba con trastos -dice-, escenografías que eran tres paredes donde se desarrollaba toda la escena. Hoy trabajo con Ortega o con el Incaa o quien quiera, y por lo general son súper producciones: los decorados son reales, las casas son reales, se filma tipo película, se edita en una sala. Antes hacías el humor entre los técnicos, la gente de atrás de cámara, hoy también, pero antes era mucho más familia. Se creaba otra cosa. Si se hacía cine se cambiaban luces, sonido, a veces cámara, y estabas en medio de un ámbito cerrado por más que estuvieras en el exterior. Ahora, ponele, se pincha una escena y hacés lo que te salió mal; antes había que venir de arriba (desde el inicio) todo el tiempo, no se podía pinchar una escena. Todo eso crea un clima diferente. Yo la pasé bien en los dos. Por ahí antes estabas hasta las cuatro de la mañana grabando Matrimonios y algo más, por ejemplo, y nos matábamos de risa, llorábamos de verdad, por cansancio, o porque nos sacábamos el estrés, pero la pasábamos brutal.
-¿Por qué creés que se perdió la idea del sketch?
-El sketch tiene que ver con un (Hugo) Moser, que te da la estructura, que es fundamental: un comienzo, un desarrollo y un final bien arriba. La otra estructura del sketch también la sabía hacer Hugo Sofovich con Olmedo. Hugo me decía: -¿Qué hiciste el fin de semana? Y yo: -Estuve navegando en un bote. Entonces: -Ah, estuviste navegando. Y ahí Hugo le decía al Negro: -Se fue con el amigo a navegar, al amigo no le subía la vela. Andaban por ahí, y un genio como el Negro Olmedo daba una improvisación de lo que iba adentro de esa estructura.
-¿Y con las mujeres qué pasó? Ustedes quedaron en la memoria popular, hoy parecen pasar rápido.
-Uno por el rating, otro por la poca posibilidad de elección que hay. Yo por ejemplo cuando estoy en Buenos Aires miro Netflix como loca. Te enganchás con una serie y quedás ahí. No hubo tampoco grandes escritores de programas cómicos en los últimos tiempos; ni grandes telenovelas. Hay superproducciones como las de Ortega, las de Suar, pero no las hay en el idioma aquel de la comedia, del sketch, de la cosa que una vez por semana reunía a toda una familia frente al televisor y daba 40 puntos de rating. Ahora un exitazo es Esperanza mía con 15 puntos. Cuando hicimos con Mariano Martínez Mi problema con las mujeres (2012), también hicimos 15 puntos y nadie nos dio bola. Y en qué poquito tiempo. No hay nada que reúna a la gente como pasó con el fenómeno de la telenovela turca, Las mil y una noches, que es tranquila, pausada, satisface las necesidades de bajar a la tierra que tiene la gente. Desde cómo está filmada, dicha, es la típica telenovela de la época del culebrón nuestro.
-Como si fuera una de Alberto Migré.
-Exacto. Como las de antaño. Y eso está diciendo que evidentemente hace falta ese tipo de cosas. ¿Por qué las series tienen éxito? Porque la gente las ve, se va quedando dormida, se duerme, al otro día vuelve más o menos donde estaba y la sigue viendo cuando quiere.
-Un ritmo más tranquilo.
-Yo quiero ver Historia de un clan y quiero ver El signo pero nunca llego a qué hora, cuándo, en qué momento. La vida de hoy hace que la gente se reúna a ver algo porque lo necesita. Igual nunca van a ser los ratings de antes.
Los adolescentes de ayer y hoy
La actriz no sólo es una buena observadora mediática: sus reflexiones surgen también de la buena relación que mantiene con su hijo de 19 años, con quien comparte «el fanatismo por las series y por el cine. Más allá de madre e hijo hay una especie de compartir cosas; compartimos el rugby porque lo llevo todos los domingos a jugar. Hay mucho contacto.» La curiosidad llama a preguntar cómo ve a los pibes de la generación de su hijo, y Gonzaga también ha estado pensando en el asunto: «Voy a decir algo quizás brutal, pero real. Antes, se pasaba un porro entre siete, hoy se prende un porro cada uno; antes, no te ponías en pedo o te ponías esporádicamente por alguna cuestión, hoy se ponen en pedo todos los viernes, si no es viernes y sábado, con la pre (la previa), con un alcohol inmundo, barato, de mierda y unos pedos padre. Hoy se juega más al límite todo. Pero, por otro lado, en nosotros, creo que era porque el tema económico pesaba, éramos independientes. Yo empecé a trabajar y fui independiente, y por lo general todos, a los 17, ya estabamos laburando y teniendo vida de trabajo. Hoy no, se extiende mucho más, como que no hay una conciencia de laburo; hay una conciencia de todo lo espiritual, de todo lo que hay que hacer para estar sano, de lo que es la vida. Es como una dicotomía porque no hay conciencia de que hay que laburar y mantenerse. Tampoco está la posibilidad de laburar y mantenerse. Eso hace muy incierta su vida.
«Soy cero acomplejada»
Gonzaga se hizo famosa cuando las cirugías para cambiar colas, lolas o caras eran un tema de ciencia ficción. «En nuestra época o nacías con buen traste y con buenas lolas, o con buenas lolas pero sexy, mona, y podías ir a la tele; si no ibas a modelo de alta costura; y si no te quedabas en tu casa», dice concluyente. «Susana Romero, por ejemplo, era una tipa que cuando empezamos como modelos tenía chispa; la Brodsky, con esa vocecita en su persona, era cómica. Entonces un Sofovich, un Moser, te veía y aprovechaba eso que eras. Ni te digo el cine. A mí me descubrieron Ayala y Olivera. ¿Qué era yo? La chica que podés tener como vecina, lo que en inglés es «The girl next door». No era súper despampanante, soñada, divina. Después, todos los conceptos fueron variando.
-¿Y tu escena hot en Noche de perros?
-Yo me divierto mucho. Soy cero acomplejada. Y no quedó una escena en la que a uno de ellos les pegaba con un coso de cuero, que era graciosísima para mí. Lo que hice es la decadencia total: aproveché una panza que tenía, espectacular con el vestido bien ajustado y los tacos allá arriba. Una vieja decadente que se daba con cocaína y le caían tres chicos.