Cómo resistir, innovar y evitar el piloto automático

Por Belauza

Dolores Solá, pieza fundamental de La Chicana, repasa algunos hitos de los 20 años del grupo que comparte con su compañero de ruta, Acho Estol. «Me gusta el lugar que ocupamos», dice sobre ese oscilar entre los viejos clichés, la vanguardia y el riesgo constante.

Solá, Dolores, empezó a ser la cantante de La Chicana hace 20 años, un aniversario que junto con Acho Estol (el otro miembro fundamental del grupo, y además su compañero artístico y pareja) la tiene en un festejo continuo que comenzó este mes en el Tasso. “Hicimos para estos 20 años un disco que se llama Demos y Rarezas –cuenta en la redacción de Tiempo entre mates y pan dulce–. Es material nuestro de 20 años que por hache o por be no entró en los discos, y que igual nos gusta. Juntamos 19 temas entre inéditos y los que surgieron de una manera distinta a la que quedó en la grabación. Y está bueno el disco, nos gusta. Y Acho sacó un libro de todas sus letras grabadas, tanto con La Chicana como solista, que se llama Lo que hay».

–Cuando fueron a buscar esos materiales y los escucharon, ¿qué fue lo que más te sorprendió?
–En el primer disco de La Chicana yo empezaba a cantar tango. En realidad empezaba a escucharme cantar tango, porque desde el primer momento cantamos tango, pero era la primera vez que tenía un registro de cómo era yo en esa situación. Y era demasiado histriónica, tenía todos los clichés. Evidentemente, por inseguridad. Me detesté cuando me escuché. Trataba de poner lo más obvio del tango. Cambié mucho mi forma de cantar. Igual, hay gente a la que le gusta más esa forma. También elegía tangos muy histriónicos que habían sido cantados por actrices, Tita Merello, la Negra Bozán. Y ese, Ayer hoy era mañana (el primero), es un disco que se recontravende, porque como somos nuestros poductores, fabricamos todos los discos. Además, siempre se incorpora público nuevo, entonces se vende el primer disco muchísimo. Es el más vendido. Yo trato de no escucharlo cuando lo ponen en una radio.
–Y tu registro pop y rock, ¿te gustaba?
–Sí. En los demos aparecieron algunos temas previos a La Chicana, de un proyecto que tuvimos con Acho que se llamaba El grito en el cielo. Eran temas de él, de rock, pop, folk, que no pasó absolutamente nada. Duramos muy poquito (tampoco lo bancamos como La Chicana). La primera selección la hizo Acho, o sea que el que sufrió fue él.
–¿Por qué?
–Porque se encontraba con cosas, según él, horribles. De él, sobre todo, porque uno es más duro con uno mismo. Y a mí me mandó una selección. Las que elegí me gustan… bueno, sí, alguna me incomoda un poco, pero es parte de la historia.
–¿La escucha te llevó a alguna situación olvidada?
–Sí, a toda esa primera etapa de cantar sus temas, que a mí me gustaban muchísimo y era como su primer admiradora: esto es bárbaro, decía. Pero no sabíamos qué hacer con eso, no teníamos destino musical. Acho siempre había sido músico y había tenido diferentes experiencias, yo no. Empecé a cantar con él. Pero hubo un tiempo (que fue hermoso) que decíamos: qué vamos a hacer con esto, cuál es el destino nuestro en la música. Teníamos mucho trabajo como dúo, ganábamos muy bien, pero detestábamos a nuestro público. Tocábamos, por ejemplo, en el Vip de Pachá, un jueves a las 4 de la mañana; imaginate la fauna. Había cuatro tangos, cuatro boleros, algo de flamenco (coplas de Miguel de Molina), algo de rock español
–Y aparte, ¿cómo eran ustedes…?
–Y, ya éramos amotinados. Entonces venían y nos decían: ustedes tienen que cantar «Macarena». Andá a la puta que te parió. Estábamos medio perdidos. Empezamos a ir a la milonga a aprender a bailar, y ahí descubrimos que el tango estaba mucho más vivo de lo que pensábamos. ¿Y si hacemos tango?, nos dijimos. Arrancamos con primera flauta, guitarra y voz. Francis Mallmann nos convocó a un viaje e incorporamos el bandoneón, porque en el exterior está muy relacionado con el tango; después nos salió un viaje a África, que nos cambió la cabeza musicalmente, e incorporamos percusión. Y ya en el primer disco grabamos «La patota», que era la primera milonga de Acho, y «Farandulera», su primer tango (según él, potable). Hay una mezcolanza de tangos reos, medio estereotipo, y está lo que va a ser La Chicana después.
–Luego de 20 años, ¿creen que alcanzaron una meta o que el camino continúa?
–Ojalá no termine nunca el descubrimiento de lo que te interesa, te gusta, lo que no te gusta en los otros. De hecho, a mí me parece que se nota cuando un cantante cree que terminó ese camino, y se transforma en una caricatura de sí mismo.
–¿Eso te da temor?
–No me da temor porque estoy muy atenta y no creo que me ocurra y ya se lo he dicho a alguna gente de confianza: donde vean que estoy poniendo un automático y estoy repitiendo, por favor… Creo que también tiene que ver con que te aburras en el escenario.
–¿Sienten que formaron un público de La Chicana?
–Sí. Y es interesante y raro. No responde a una sola cosa. Es una mezcla de humor, de cultura, de tango, pero también con gustos por fuera del tango. Me gusta el público que tenemos. De todas maneras, no se puede confiar mucho porque siempre vas a encontrar el que te dice «me encantás» en cosas que a vos no te gustan.

De familia peronista, Dolores y Acho nunca ocultaron su procedencia y participaron en festivales solidarios (o “ideológicos”, como los define Solá) siempre que pudieron.

–¿Esas participaciones los perjudicaron?
–Eso siempre es riesgoso. En este momento, en el ciclo del Tasso, hay un 85 por ciento de kirchneristas y todos los shows terminan con “Vamos a volver”, y nosotros hacemos algún guiño, se arma marcha peronista y qué se yo, y hay algunos con cara de bragueta que me dan pena, porque pagaron la entrada, les gusta La Chicana y entiendo que les rompa las pelotas. Voy a ver un show que me gusta y terminan siendo macristas, se me hace un nudo en el estómago, me levanto y me voy. Pero bueno, también es nuestra fiesta. Yo he perdido mucho público. Por mi perfil, por ser hermana de Felipe, qué sé yo. Y habré ganado por eso mismo, otro. Siempre está ese riesgo. Pero me parece un garrón estar cuidando no decir cosas que uno piensa. Tendríamos que ser otras personas.

En estos años, también, al ojo del público tanto especializado como no, La Chicana osciló entre la vanguardia y el usufructo de la moda. “Voy a decir una cosa que va a parecer muy pedante –responde Solá con elegancia–: creo que hemos sido como adelantados a nuestra época… que ha costado entendernos. No tenemos dudas de nuestro camino. A veces Acho las tiene. Para mí, está todo bastante en orden. Me gusta el lugar que ocupamos. Que sea en el tiempo que fue, que hayan tardado en registrarnos y valorarnos y quiénes lo hacen; sí, me gusta.”

Una madre muy especial

«Se levanta todos los días y su frase es: ‘No puede ser, esto no puede ser’”, cita Dolores Solá a su madre Gregoria. “Podemos hacer el Diario de Gregoria”, bromea un periodista de Tiempo en la previa de la nota. “Voy a poner el canal español a ver si se murió Rajoy”, vuelve Solá sobre su madre.

A sus 94 años, Gregoria goza de muy buena salud pese a que lamenta estar perdiendo audición de un oído, cuenta su hija. “¡Y tiene un sentido del humor!”, exclama, y recuerda que, al escuchar “La involución”, del último disco de Acho, Gregoria apeló a su impunidad de señora mayor y madre para dedicarlo.

La Chicana en tres momentos cruciales

-Si tuvieras que elegir tres momentos fundamentales de La Chicana, ¿cuáles serían?
-No lo tengo pensado (dice luego de unos segundos). Pero el viaje a África fue muy importante. Otro cuando empezamos a trabajar con Florian, que era nuestro representante en Europa, y ahí se abrió toda una cuestión de los viajes a Europa, pero fue más tener una persona que confía en tu proyecto porque lo entiende perfectamente. Florian es alemán, vivía en España, había vivido ocho años en el Río de la Plata y era músico. Tenía lo mejor de un rioplatense (la picardía, la sobrevivencia), lo mejor de un alemán (riguroso) y vivía en España. Era muy cosmopolita. Ahí se abrió una etapa de viajes y edición de los discos allá, que terminó con la caída (económica) de Europa. Y el tercero sería Revolución o Picnic (2011), que fue un disco que nos costó mucho. Hubo una cierta crisis ahí. Y con Antihéroes y tumbas comenzó otra etapa.
-¿En qué sentido costó Revolución o Picnic?
-Como pareja, como socios. Estuve a punto de no mandarlo a fabricar el día que estaba en la puerta.
-¿Y qué te decidió?
-Habíamos hecho un disco de treinta y pico de temas, ¡cómo no lo iba a fabricar! Lo fabrico y después veo. Y además es un disco que hizo que empezara a responder gente que antes no y otra lo hizo de otra manera. Así que creo que es un momento bastante importante en nuestra historia.

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