Vivir de prestado

Antonio nos recibe en La Cocina de Ana, esquina de Lope de Vega y Tinogasta. Nos estrecha la mano, presenta a uno de sus compañeros, pregunta:

-¿Cómo está la situación?

Antonio suspira después de la respuesta. Es optimista. “Va a pasar, y van a estar bien. Van a estar bien”, insiste antes de hacernos pasar a la pescadería y rotisería. Hay unos doce clientes entre atendidos y en espera. Sobre una mesa con rueditas hay un par de decenas de bandejas descartables repletas de comida: pescados con guarnición, rabas, atún empanado y frito, arroz con mariscos. “Hay unas cincuenta porciones. Espero que les venga bien”, dice antes de explicar el proceso de mantenimiento de la comida y alertar sobre los peligros saltearse la cadena de frío.

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Ximena es trabajadora de prensa y llega a la redacción un jueves. Conoce a algunos de nosotros, saluda con un abrazo, con afecto. Consulta sobre las últimas novedades, las reuniones en el ministerio de Trabajo, las expectativas. Carga con una pesada bolsa en su mano derecha.

-Es para ustedes, para la cena. Son unas milanesas napolitanas.

Se queda un rato en el diario, habla con los compañeros, se preocupa. Dos nenas dan vueltas de acá para allá, antes de despedirse -las tres- con otro abrazo y buenos deseos.

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Son ciento veinte los discos de tapas de empanadas, e incontables las bolsas de una soja deshidratada, «símil carne», lista para mezclarse con agua y transformarse en algo parecido a la picada especial. La improvisada comisión gastronómica busca alternativas: un par de compañeros hurgan entre las donaciones para ver si quedó alguna lata de tomate y otra de arvejas; otros planean una mínima compra para darle más sabor a las empanadas. La resolución es rápida: unas cebollas, unos morrones, mezcla y al horno.

Más rápida es la respuesta: en Tiempo no hay horno. Ni siquiera conexión de gas. Una compañera ofrece su casa, a unas cuadras. La improvisada comisión junta todo, las tapas y la soja que fueron obsequio para los trabajadores, y se va. Vueve más tarde con la preparación lista. Al otro día, algunos (hijas includidas) ponen manos a la obra: hay que repulgar. El horno eléctrico prestado hace el resto. Habrá empanadas, compañeros.

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Irene llega acalorada y con dos bolsas de consorcio repletas de alimentos. Hay yerba, fideos, arroz, latas varias, galletitas. “Es para que aguanten, no hay que aflojar. No es mío, eh, es de los compañeros de la Gremial”, avisa antes de posar para la casi obligada foto de cada uno de los visitantes, de los compañeros y compañeras que se acercan a la redacción.

 

Las bolsas van a parar al cuartito donde aguardan otras bolsas, cajas, cajitas, bolsones con comida. Cada día hay compañeros, asalariados sin salario, que buscan lo que necesitan. Hay conciencia: nadie se abusa. Hay para unos días más.

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Un grupo de empleados bancarios cae al caer la tarde. Buscan a los delegados, pero esta vez están reunidos en el ministerio. Otros compañeros toman la posta. Se sientan los invitados, también los trabajadores de prensa. Circula el mate y un budín de supermercado.

“Queríamos organizar con ustedes para que algunos de los trabajadores se acerque hasta un banco, y nosotros intermediar para que puedan informar sobre su situación y pedir una colaboración de los empleados bancarios. Nosotros somos solidarios, hemos hecho esto en otras luchas y se han juntado hasta doce mil pesos”, explica uno, el único varón del grupo. Las chicas asienten. Preguntan cómo estamos, qué necesitamos, quién nos atiende, cómo se comporta el ministerio, qué novedades hay de otros medios de prensa. Posan, también, para la foto. Antes de irse, dejan su contacto: la invitación es formal.

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Así estamos los trabajadores de Tiempo después de una semana de ocupación pacífica del edificio donde está la redacción, después de nuevas promesas de pago incumplidas y de que la empresa decidiera no imprimir el diario hasta resolver la situación salarial. Así estamos: viviendo de prestado, apelando a donaciones, préstamos, a la solidaridad de la gente, de los vecinos, de los familiares, de los comerciantes, de los colegas, de amigos, de organizaciones sociales, sindicales y políticas, de artistas y obreros, de bancarios y docentes.

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-Siento que vivo en la calle Donado.

Se oye una carcajada en la redacción, risas que provocan lágrimas. Son las primeras lágrimas que se ven sin tristeza en el rostro. La situación es dura, pero la respuesta es admirable. Mientras la empresa insiste en no pagar los sueldos, hay una parte de la sociedad se muestra activa, solidaria, consciente de las necesidades de los trabajadores y dispuesta a ayudar. Día a día llegan bolsas con comida, algunos pañales, dinero en efectivo. Hay empresas que aparecen dispuestas a colaborar, a aportar algo de lo suyo (comida, servicios, dinero), a demostrar que no todos los empresarios son así, como lo que nos tocó en desgracia, así, vaciadores.

Un comentario sobre “Vivir de prestado

  1. Que triste y que injusto,cuánto abuso,cuánta falta de respeto al trabajador.Dónde está la justicia laboral!! A Macri hay que exigirle ponga orden y gobierne como debe ser,pero ya vemos que está del otro lado y poco y nada se puede esperar. El pueblo sabrá reaccionar con el empoderamiento que les inculcó Cristina.-Mis mejores deseos

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