Matías Garfunkel, el empresario que vino de Melmac junto con Alf

Decididamente, es de otro planeta. Socio de Sergio Szpolski en algunos negocios como Tiempo Argentino, se lavó las manos en el conflicto que desde hace más de dos meses venimos bancando los trabajadores del diario. Hizo la de Poncio Pilatos. Más glamorosa, su mujer, Victoria Vanucci, prefiere hacer Pilates para mantener el cuerpo en forma.

Así como a Alf le gusta mirar televisión, hablar por teléfono y comer la pelusa que se acumula debajo de la cama, al inefable Matías Garfunkel le gusta tuitear tonterías y esconder la basura debajo de la alfombra con cara de “yo no fui”.

El acaudalado revolucionario que tiene una fortuna valuada en unos 2.000 millones de dólares, no deja, sin embargo, de enfundarse su coqueta gorrita con la imagen del Che Guevara y de fumar habanos como lo hacía el argentino que fue parte indisoluble de la Revolución Cubana. Sin embargo, Garfunkel parece más bien ser un adelantado de otra revolución, la recientemente instalada Revolución de la Alegría. Que está revolucionariamente alegre es indudable, dado que mientras pretende distanciarse de Szpolski, igual que él, se ríe a carcajadas de los trabajadores. Dicen que para muestra basta un botón. Aquí van, pues, algunas de las perlitas que mandó por twitter en los últimos tiempos y que merecen figurar en una futura antología de la impunidad empresarial argentina. Hay empresarios como él y como Szpolski a los que no les basta con conformar una Sociedad de Responsabilidad Limitada. Más que limitada, ellos tienen una responsabilidad empresarial inexistente.

«Mi solidaridad con los trabajadores de Tiempo Argentino”, tuiteó el acaudalado guevarista, mientras viajaba por el mundo en avión privado y miraba la hora en sus relojes de alta gama. Él, claro, ya había aquietado su conciencia insultándolo a Szpolski desde su celular con vista al mar. Quedaba claro que él no tenía nada que ver con el vaciamiento del diario que se estaba llevando a cabo, nada que ver con las falta de pago a los trabajadores. Por supuesto, nada que ver, si él es el mismísimo Che Guevara. Mientras aquí, en la calle Amenábar, los trabajadores planeábamos estrategias de supervivencia para afrontar un verano caliente en el que, sin un peso en el bolsillo, una Pelopincho en el fondo parecía un sueño tan inalcanzable como un hotel cinco estrellas en Miami.

Como un personaje de los 90 escapado de una nota de Caras, mientras los trabajadores del diario organizábamos una olla popular en la puerta de Amenábar 23, él tuiteaba desde Miami que la estaban pasando bárbaro y que estaban festejando a todo trapo el cumpleaños de Victoria Vanucci a la que el amor por su revolucionario marido, hombre de gran fe religiosa, la había llevado a transformarse en Miriam, bautismo mediante.

Mientras los trabajadores de Tiempo Argentino éramos sorprendidos con la noticia de que el diario se había vendido al empresario correntino Mariano Martínez Rojas, el guevarista Garfunkel tuiteaba desde algún lugar del mundo: “Me enteré de la venta de Tiempo Argentino a través de una nota de Alejandro Alfie”. Pobre, él nada tiene que ver con las maldades de Szpolski, no se entera de las ventas realizadas por su expareja empresarial. Una de dos, o Matías es más inocente que Heidi o la supuesta venta no fue tal cosa.

Además de revolucionario, Matías es un esposo ejemplar. Felicitó a su mujer, Victoria Vanucci, por el modelito de ropa íntima que la empresaria presentó públicamente para San Valentín: tres sugestivas tiritas de cuero con tachas. Alguien de La Matanza retuiteó que la prenda sería considerada de pésimo gusto en esa zona del conurbano bonaerense. Es que Matías es como Alf. Además de no comprender los códigos de nuestro planeta por provenir de Melmac, tiene una incontenible afición por los gatos.

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