Juan Manuel Danza

Si supieran lo que estamos viviendo. Si entendieran los de afuera que NO merecemos pasar por esto…

Acá debería hablar de mí, creo que no hace falta, pero me resumo: estoy pisando las cuatro décadas, soy padre baboso y un correcto periodista deportivo (recibido en el Círculo de Periodistas Deportivos) que está orgulloso del gran grupo humano que hay en Tiempo.

Escribo de automovilismo y polideportivo. Mejor dicho: escribía, porque ya no nos dejan hacerlo. Ni siquiera gratis, y acá es donde todo se vuelve gris.

Un día cualquiera en Tiempo…
Tengo la mirada perdida. Escucho con el corazón más que con los oídos. Estoy de pie pero con el cuerpo cansado. El desgaste mental se hace sentir cada vez más. Y de repente, una lágrima se empieza a escurrir hasta mis mejillas. Se me llenan los ojos de humedad porque duele cada palabra de mis compañeros que descargan sus penas en las asambleas.

Duele mucho. El dolor se hace más profundo ante cada cruce de miradas tristes y la angustia se apodera de nosotros. De todos. Unos simples trabajadores de Tiempo Argentino. Periodistas, fotógrafos, gente de limpieza y más.

No merecemos pasar por esto. Sin lugar a dudas.

Una asamblea cualquiera. Un compañero empieza a hablar y se corta. Se le cierra la garganta, se emociona. La situación se repite una y otra vez. En pequeños grupos o en asambleas multitudinarias. Ni si quiera los que nos acusan de merecer lo peor “porque son todos K” creen realmente que nosotros, los laburantes de Tiempo, merecemos pasar por esto.
No soy K ni anti K, pero sé valorar lo bueno y criticar lo malo sea de quien sea, porque mi viejo me enseñó a analizar las cosas más allá de fanatismos.

No merecemos pasar por esto. No hicimos nada malo, al contrario. Si hasta seguimos trabajando sin cobrar sueldos y aguinaldo hasta donde pudimos. Hasta donde nos dejaron.
Son las 4:10am de un sábado lluvioso y me vuelvo a quedar a dormir (es una forma de decir) en la redacción de Amenabar 23. Nuestro fuerte. Nuestro lugar para la batalla moral que estamos llevando a cabo contra un grupo de empresarios inescrupulosos que se jacta de desearle el bien al prójimo a través de las redes sociales pero se cagan en cientos de familias que ya no tienen ni para comer.

No merecemos pasar por esto de ninguna manera. No, no lloro, me la aguanto. Trato de estar fuerte. No por mí, por Julieta, mi hija. Ella, con apenas 8 años recién cumplidos, es el motor de mi lucha.

“Papi, no sabes lo orgullosa que estoy de vos por cómo luchas por tu trabajo”, me dijo Ju un domingo a las 23:45 cuando pasé a buscarla por lo de la madre luego de estar parado más de 12 horas haciendo de seguridad en un tremendo festival benéfico que éste grupo de laburantes armó en Parque Centenario.

Sí, fui seguridad en un recital que cerró La Bersuit. Y otros compañeros fueron parrilleros, cajeros, etc… Porque a pesar de lo que dice un tal Mariano Martínez Rojas nosotros laburamos. Ojalá que con el tiempo eso pase a ser una anécdota divertida.

Y ese orgullo que mi hija me regaló y casi me mata de amor se siente constantemente en Amenabar 23. Orgullo es lo que yo también siento por mis compañeros de Tiempo.

Nos vienen humillando hace rato, pero seguimos de pie. Nos mienten, pero nos la bancamos. Luchamos a puro ingenio contra empresarios millonarios que sólo quieren hacernos desaparecer. Armamos festivales, meriendas solidarias y ollas populares. Le metemos murga y baile al desaire empresarial. Soportamos la lluvia y el calor porque tenemos orgullo y dignidad.

¿Duele que nos mientan? Sí, mucho. Da mucha bronca. Pero duele aún más el sufrimiento y el llanto de un colega, de un amigo. Se sufre y mucho. Da bronca. Cansa. Desgasta moralmente. Pero no nos van a quebrar.

Sepan que NO merecemos pasar por esto. Eso es lo único que realmente importa.