Estaba en Colombia, de vacaciones. Era febrero de 2010. Un compañero de Olé, donde trabajaba, me mandó un mail: «Me dijeron que estás de vacaciones. Cuando vuelvas llamame».
Llamé a Ricardo a la semana, nos juntamos a tomar un café. Me ofreció un lugar en la sección Deportes de un nuevo diario. A los diez -o serán quince, o tal vez veinte- días ya estaba en la redacción de Tiempo, en Uriarte. Le avisé a Ricardo: «No quiero estar mucho tiempo más en Deportes. Te aviso porque en algún momento me voy a ir».
En 2010 vivía en Caballito, estaba solo, si es que se puede decirse solo a tener cada vez más amigos, una buena familia y muchos desconocidos de algo que se llamaba Twitter interesados en conocerme. Las redes sociales generan eso: desconocidos que te conocen, que leen tus notas (y unas cuantas pavadas). Escribir, ya sea en un diario o fuera de él, es un poco eso: que te conozcan a través de tus textos.
Trabajé en el diario Olé, colaboré con webs de Argentina, diarios de Portugal y Perú, una revista de México; di clases Eter. Hice un taller de escritura. Escribí un libro, «Gómez».
También planté un árbol.
Me falta el hijo.
Tengo dos gatas, Inca y Rusia, y tengo a Emilia, mi compañera, que en estos momentos es más compañera que nunca. Hay que bancarse a un periodista que no cobra desde hace más de dos meses.
Hay que bancarse a un periodista.
Seis años después sigo en ese diario que ya no es nuevo, y ya no estoy en Deportes. Pasé unos meses por la sección Sociedad, y desde hace dos años trabajo como subeditor de Política.
De aquel primer cierre en mayo de 2010 a hoy atravesamos momentos emotivos, intensos, de alegría, de complejidad, de intenso laburo, de largas jornadas, de reclamos por mejoras salariales y de orgullo por pertenecer a un colectivo de trabajadores que piensa en plural.