Debate por el lenguaje: exceso de correción o lucha contra la estigmatización

Por Florencia Halfon Laksman – 11 de noviembre de 2015

Se publicó hace un par de meses pero está igual de vigente. Aquí se da la verdadera grieta. En un rincón, los que le dan al lenguaje más importancia que a los actos. Del otro lado, quienes se preocupan por los hechos. Y en el medio, la infaltable discriminación.

Hay quienes se acostumbraron a decir «persona en situación de calle», en lugar de «mendigo»; o «ciudadano de origen boliviano», a cambio de su gentilicio. Hay homosexuales que se llaman a sí mismos «putos», y tuiteros que eligen no mencionar genéricos masculinos y escriben «tod@s» o «niñxs», así evitan el conflicto. Existen villeros que buscan resignificar la idea de violencia que suele reflejarse sobre ellos en el mundo mediático y también hay gente que discrimina. Tiempo quiso saber si se está luchando contra la estigmatización de ciertos colectivos a través del lenguaje, o si se trata de una obsesión por la corrección política, que termina alcanzando sólo a los sectores ya concientizados y acostumbrados a no discriminar.

El Instituto Nacional contra la Discriminación y el Racismo (Inadi) es tajante. Su titular, Pedro Mouratian, sostiene que «efectivamente ciertas palabras pueden resultar estigmatizantes y discriminatorias» y cita ejemplos: «El término ‘bolita’, referido a las personas de origen boliviano, la palabra ‘mogólico’, vinculada a las personas con síndrome de down, o el vocablo ‘puto’, referido a las personas gays». Mouratian aclara que «el significado de una expresión depende del contexto en que se la utiliza», ya que algunas «palabras con significado peyorativo pueden tener un sentido reivindicador», como el uso que hace la organización Putos Peronistas.

Para Santiago Kalinowski, director del departamento de Investigaciones Lingüísticas y Filológicas de la Academia Argentina de Letras, «mientras los hablantes sigan teniendo ideas negativas acerca de determinados grupos humanos, poco se puede lograr agregando o suprimiendo algo del diccionario». El especialista recuerda que «el diccionario tiene un sistema de marcas para que los lectores sepan si están ante una expresión despectiva, peyorativa o insultante. Puede haber defectos en esa marcación, y por eso se corrige constantemente, pero pretender que cambiando el diccionario cambiamos la realidad es un gran error.»

Kalinowski subraya que «la lengua es un instrumento de comunicación» y que «la estigmatización de determinados colectivos es una de las cosas que los humanos han necesitado comunicar, probablemente desde la prehistoria de la especie. Por lo tanto, no es en la lengua donde debemos buscar la estigmatización sino en los hablantes, porque fueron los hablantes los que necesitaron, usaron y perpetuaron las palabras y las expresiones estigmatizadoras. No tiene ningún efecto suprimir la expresión ‘como un negro’ si todavía son millones los hablantes que la usan. Y es más, un diccionario que no incluya algo que usan millones de los hablantes nativos de una lengua está incompleto, tiene un defecto».

Martín Canevaro, secretario de la agrupación 100% Diversidad y Derechos, no coincide del todo con ese punto: «Las palabras construyen representaciones positivas o negativas. La utilización de ‘villero’, ‘negro’, ‘puto’ o ‘trava’, utilizadas como adjetivos, refuerzan el estigma sobre determinados grupos de la población», dice.

Esteban Paulón, presidente de la Federación Argentina de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Trans (FALGBT), refuerza: «El lenguaje puede poner sobre la mesa actitudes discriminatorias. No sólo discriminamos desde ahí, pero el lenguaje es la expresión de esa cultura. Igual, si no se modifica la raíz, es difícil cambiar lo otro», y da ejemplos: «Hay una orientación muy clara a que se hable de ‘la familia’ como si hubiera un solo tipo, o de lo masculino genéricamente, invisibilizando lo femenino. Todavía hay gente que discute que se diga ‘presidenta’ o ‘intendenta’. A través del lenguaje, se ayuda a visibilizar». El presidente de la FALGBT cuenta que «había un profesor en la facultad que le hablaba a su alumnado en femenino porque la mayoría eran mujeres, pero los hombres se molestaban». El titular del INADI aprueba el concepto y dice que «la pretendida neutralidad de los términos masculinos esconde en realidad una subordinación al género femenino».

Kalinowski, de la Academia de Letras, en cambio, asegura que hablar de «todos y todas» es redundante y argumenta: «Imaginemos una sala de espera en la que 100 personas, entre hombres y mujeres, esperan su turno. Si alguien dice ‘los que tengan turno pasen por la ventanilla’, no se van a parar solamente los hombres. El español es una lengua con masculino genérico. Lo central es que se trata del signo visible de una discusión más profunda».

Cuando la ex legisladora porteña María José Lubertino estaba a cargo del INADI, buscó imponer, en su forma de comunicar, la costumbre de remplazar por la «x» o un arroba la última vocal de las palabras genéricas, por ser masculinas. «Los arrobas y las ‘x’ son una señal de que nos vamos a morir de corrección política. ¿Ahora uno es machista por usar el genérico ‘los’? ¿Uno es misógino porque dice ‘todos’? Es una exageración, una sobreactuación, una señal de estos tiempos que corren, que va mucho más allá de cualquier signo político. Conmigo, no pasarán», provoca el periodista Juan Pablo Varsky, quien desde hace tiempo milita esa causa desde su programa matutino en radio Metro.

Y de allí surge averiguar si estos flamantes hábitos (o cuidados) en la lengua penetran en aquellos que carecen de concientización (¿inconscientes?) o si sólo consigue funcionar en el círculo de gente que, hable como hable, no tiene actitudes discriminatorias. A eso también apunta el colectivo La Poderosa, una articulación de 15 asambleas de barrios carenciados que, entre otros proyectos, hacen la revista La Garganta, a través de la cual buscan contar que la «cultura villera» no es lo como suelen definirla algunos medios de comunicación. «La disputa no es que no me digas ‘villero’, sino contar que un villero no es lo que han instalado. Hay quienes asocian a la villa con la droga o el crimen, pero para nosotros tiene que ver con la solidaridad, con compartir con el vecino», detallan, y analizan que la discriminación «depende de quién dice ‘villero` y cómo. El negro Fontanarrosa defendía el uso de las malas palabras. Hay qué ver el tono y quién lo dice», y ponen otro ejemplo: «A los discapacitados se los llama ‘personas con capacidades diferentes’ pero, en definitiva, todos tenemos diferentes capacidades y discapacidades. A veces se va la mano con las formas y no es desde el idioma que se va a resolver la discriminación. De hecho, hay un sector que suele discriminar sin preocuparse por la forma o el fondo».

Desde el Centro de Estudios Legales y Sociales, Manuel Tufró, coordinador del equipo de Políticas de Seguridad y Violencia Institucional, está de acuerdo en que «si una política de corrección lingüística no va acompañada de otra cosa, no tiene gran eficacia simbólica, sino más bien lo contrario, porque puede detener el avance de las cuestiones de fondo». Y advierte: «El poder o la discriminación se ejercen a través de la palabra pero también a través de quien la dice. No es lo mismo una conversación cotidiana que la que surge del Estado, la policía o un medio de comunicación.»

Los miembros de La Poderosa consideran que «ninguna de estas discusiones resta, aunque hay cuestiones que son prioritarias en barrios donde hay un montón de necesidades». Para ese colectivo, «hay un contexto cultural que ayuda a que ciertas cosas funcionen mal», y llegan a la conclusión, entonces, de que «la cuestión del lenguaje es un espejo de todo el resto».

«El poder para estigmatizar»

Las palabras pueden influir negativamente sobre la percepción de una persona o de cualquier realidad y tienen poder para estigmatizar. Sin entrar en el pródigo terreno de los insultos, una buena parte del juego semántico tiene que ver con el tabú y con su contrario, el eufemismo», sostiene Francisco Moreno-Fernández, director ejecutivo del Instituto Cervantes de la Universidad de Harvard, que es el Observatorio de la lengua española y las culturas hispánicas en los Estados Unidos.

Aunque Moreno-Fernández asegura que «las lenguas no son estigmatizantes pero tienen recursos para estigmatizar», encuentra que «algunos colectivos utilizan etiquetas como un medio de descargar la negatividad que les confieren los ajenos». ¿Por ejemplo? «En los Estados Unidos, los negros/morenos pueden llamarse entre sí ‘nigger’, pero el apelativo es ofensivo si lo utiliza otro tipo de persona. En ocasiones se producen distinciones semánticas muy interesantes, mediante el juego de la denotación y la connotación, como cuando se distingue entre ser ‘gay’ (positivo) y ser ‘maricón’ (negativo)».

Para Moreno-Fernández, «la crisis económica de Europa ha generalizado el uso de ‘incremento negativo’ y las guerras nos han familiarizado con los ‘daños colaterales’: algunas soluciones, como ‘afroamericano’, han llegado a triunfar; otras, sin embargo, no han sido bien aceptadas por las sociedades, provocando la existencia de dobletes que oponen lo oficial a lo popular, como en el caso de ‘centro de readaptación social’, frente al de ‘cárcel’ o ‘prisión'».

Palabras y violencia institucional

Apenas iniciado el debate en el Congreso por el nuevo Código Procesal Penal, el secretario de Seguridad de la Nación, Sergio Berni, hizo declaraciones sobre los extranjeros ilegales que delinquen en el país y generó controversias. Aunque aseguró que sus declaraciones «no son xenófobas» ni que les quiere echar la culpa de los crímenes a los extranjeros, también celebró que la semana anterior a su exposición haya habido 25 detenciones de «criminales de nacionalidad colombiana, peruana y paraguaya».

Manuel Tufró, coordinador del equipo de Políticas de Seguridad y Violencia Institucional del CELS, consideró que las declaraciones del funcionario «no ayudan a la prevención de la violencia institucional porque en las fuerzas esos mensajes se entienden como carta blanca. El mensaje hacia la sociedad es que la cuestión de los extranjeros aparezca como la problemática delictiva más relevante, cuando en realidad hay otras».

El cuestionamiento no está concentrado en el anteproyecto de ley, que incluso es contemplativo con los extranjeros ilegales, ya que los habilita a elegir entre su expulsión o un juicio local. El debate está en las frases públicas de Berni, que en declaraciones radiales a FM Vorterix dijo que los extranjeros que delinquen «son una epidemia».

Una discusión similar se produjo a partir de la instalación mediática de la palabra «motochorro» para definir a delincuentes que roban en moto. Cada tanto hay, por ejemplo, protestas de conductores de motos «por la estigmatización que hacen los vecinos» sobre quienes viajan en esos vehículos de dos ruedas.

Identidad 2.0

Hace un año, la red social Facebook incorporó 54 opciones de identidad de género a las biografías. Para 100% Diversidad y Derechos, «es muy positivo visibilizar la diversidad sexual en la red social más importante del país y del mundo».

Inclusión y tv

«Ahora hay que cuidarse en cómo se dicen todas las palabras», protestó el año pasado Marcelo Tinelli, durante su programa Showmatch.

Por definición, la tele exacerba características (y a veces las inventa), en un mecanismo que quedó evidenciado en el último Monitoreo de las Discapacidades en la TV, un estudio a cargo de AFSCA, INADI y el Consejo Nacional de las Mujeres. El trabajo dice, por ejemplo, que el 64,8% de los contenidos de la TV argentina representa las discapacidades de manera paternalista, y que «se enaltecen características personales e individuales, en desmedro de borrar las barreras que impiden su inclusión social».

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