Por Carlos Romero – 18 de noviembre de 2015
La Biblioteca Nacional recolectó una conmovedora colección de cartas enviadas por presas políticas a sus hijos. Dibujitos, juegos y palabras de cariño: el puño y letra de mujeres que se sobrepusieron a las rejas de Devoto. Al cumplirse un nuevo Día de la Madre, esta nota buscó rescatar esos mensajes donde el amor venció a la dictadura.
No hay rejas que detengan a la voluntad combinada con el amor. No existen hoy y no existían en los ’70 para las madres encerradas por la dictadura militar en la cárcel de Devoto. Los barrotes no dejaban salir a esas mujeres y el aislamiento las alejaba de sus familias y amigos, pero las cartas, dibujos y cuentitos que muchas de ellas enviaban a sus hijos eran como botellas lanzadas al mar, en un intento, cariñoso y firme, por sortear la distancia, la persecución y la angustiante falta de contacto con sus niños.
Según consignó Tiempo Argentino, parte de ese testimonio, íntimo e histórico, escrito con el puño y el corazón por madres presas políticas, fue donado por ellas mismas a la Biblioteca Nacional (BN), para la colección Cartas de la Dictadura.
«Mi Marianita te quiero un montón y sos mi bolita de miel», le escribió Liliana Arrastía a su hija, en una «carta caracol», donde el trazo va tomando forma circular. «Es un bichito chiquitito que lleva su casita encima y tiene una forma parecida a esto», explicaba la cartita-dibujo, llena de ternura e ingenio. «Los hijos -contó Liliana- eran un gran motor, también un gran dolor, la tristeza de no verlos crecer nos hacía buscar mil maneras creativas de estar presentes en sus vidas, así que la escritura fue una excelente herramienta donde inventábamos personajes que viajaban kilómetros llevándoles nuestro amor, canciones cargadas de esperanzas, muñequitos bordados en hilos de colores rescatados de una toalla, casitas construidas con papelitos, cuentos con animales qué los saludaban, los hacían reír y les contaban que mamá los quería y un día de estos iba a volver». Militante del PRT en la Universidad de Río Cuarto, Liliana fue detenida a inicios del ’78 en Rosario. En mayo de ese año, pasó a manos del Poder Ejecutivo Nacional, en Devoto. «Con mi hija teníamos un personaje muy amado que era Titina, una hormiguita viajera hecha con hilos de coser, negro su cuerpito de cordón trenzado con los dedos y el vestido blanco tejido con una aguja de coser a modo de crochet, toda una miniatura pero gigante en el nexo que podía generar entre una madre presa, lejana, desconocida y una nenita pequeña, hermosa, que crecía y crecía esperando a su mamá», relató Liliana.
La idea de recolectar estas misivas surgió por iniciativa de una hija que también escribía cartas: Laura Giussani, que a los 16 años se había exiliado con sus padres a Italia, desde donde denunció los crímenes de la dictadura. En 2012, dio con una baulera llena de las cartas de su familia y le propuso a Horacio González, director de la Biblioteca Nacional, iniciar una colección que ya reúne más de 7 mil folios (ver aparte). «Las cartitas de las madres demuestran, sobre todo, un amor, una ternura, una dedicación hacia sus hijos que muchas veces se oculta o se cree que los padres, por militar, le quitaban atención a los chicos», destacó Giussani. «Estos documentos demuestran que no: no sólo tratan de traducir en lenguaje infantil las situaciones que estaban viviendo, el encierro, y así explicarles por qué no podían verlos sino a través de un vidrio, que no se sintieran mal. También seguían palmo a palmo los progresos que tenían en la escuela o preguntaban por los nombres de sus amiguitos», describió la curadora e integrante del área Archivos y Colecciones Particulares de la BN.
Graciela Movia, quien estuvo presa desde el ’75 hasta el ’81 por hacer una pintada del PRT en el Bajo Flores, habló de las cartas como «una necesidad de trascender, de romper la incomunicación, traspasar las rejas y suplir las caricias, los mimos, los besos, con miles de palabras». También habló de «una actitud de militancia, de resistencia, de estar presentes afuera». En una oportunidad, Graciela, que hacía dibujitos para sus hijos Fernando y Ernesto, intentó razonar con el funcionario de Devoto encargado de leer los escritos y, llegado el caso, estamparles un burocrático y frío «Censurado», que, paradójicamente, significaba aprobación. Con tinta azul en un pequeño recorte de papel, le escribió: «Señor que lee las cartas: mi hijito de 5 años me pidió que le dijera a usted que el sello de censurado no se lo ponga sobre los dibujitos, porque sino no los puede ver, y a él como a todos los chicos les gustan mucho los dibujos». Incluso, propuso una solución: «Siempre sobre lo escrito voy a dejar un margen blanco así hay lugar para colocar el sello», planteó. «Con respecto a mi pedido al censor –explicó Graciela– no creo haber tenido éxito (no me parece que haya tocado su fibra sensible ni creo que la tuviera). Tampoco tenía esperanzas, en verdad lo hice haciéndome eco y acompañando el reclamo de mi hijo que no podía ver los dibujos que le mandaba porque le encajaban el sello arriba». Muchas veces, les rompían las cartas o se las devolvían «porque algún dibujo o color o vaya uno a saber qué no les caía bien». De todos modos, Graciela sabía bien el objetivo de los carceleros. «Lo que los represores querían era que rompamos los vínculos, que nuestros hijos no nos vieran más, no les escribamos más, no nos comuniquemos más. Pero gracias a mi madre y mi padre, que rigurosamente me visitaban con mis hijos (cuando no estábamos castigadas), ellos también resistieron sin oír las recomendaciones permanentes de que no lleven a los niños», sostuvo.
Charo Moreno encabeza sus cartas con un «Para Andrés» escrito en letras de imprenta y en colores fuertes, como un cartel luminoso hecho para su hijo, criado por su abuela en Uruguay. «¡Hola precioso! ¿Cómo estás? Yo aquí estoy, como siempre, con ganas de estar contigo y papá, pero como eso por ahora no puede ser, me siento, agarro una hoja, una lapicera y pienso en ti, pienso en qué te puedo contar.» Charo quedó detenida en noviembre de 75, con 18 años y embarazada de 4 meses. La liberan recién en agosto del ’84. «El nacimiento se produjo en la cárcel de Olmos, apenas había sido el golpe, mi hijo nació en abril», contó. Sólo pudo estar junto a Andrés por 6 meses. «Vos tenés la sensación de que en circunstancias en las que te están sometiendo como para aniquilarte, dar vida es genial. Y, por otro lado, tenés que asimilar que no lo podés continuar, que vos no podés criar a tu hijo», relató Charo. «Es una construcción virtual que uno va haciendo con la carta y el dibujo. Es muy poco el contacto que una tiene, nosotras casi no teníamos visitas. Primero, como soy uruguaya, mi familia estaba toda allá y viajar era muy difícil; una vez por año, quizás. Y luego, a nosotras nos pusieron locutorios de vidrio, entonces no tenías contacto. Era un vidrio y un tubo metálico por el cual hablabas», describió. «Hasta los dos años de Andrés no pude tener visitas de ese tipo, y las visitas de contacto empezaron recién cuando hubo cierto ablande de las condiciones. Nos daban 15 minutos». En ese marco, escribir era un recurso vital. «Estas cartitas, que a veces llegaban y a veces no. En general, tendíamos a que fueran cuentitos, que hacían algunas compañeras, otras ilustraban bien y medio que socializábamos eso». Tan fuerte fue aquella experiencia que hoy Charo está presentando un libro y una obra de teatro basada en sus cartas.
A partir de la lectura del material recolectado en estos años en la BN, Giussani reflexionó sobre la maternidad juvenil de estas mujeres, que tuvieron a sus hijos siendo chicas de 17 o 18 años. «Creo que fue porque había una perspectiva de vida bastante corta y ellas querían tener un hijo, querían dejar una trascendencia, querían dar vida. Era una semilla de maternidad que excedía lo ideológico. Era más un impulso vital de tener un poco de vida alrededor y no sólo muerte. Era ganarle a la muerte, decir ‘yo voy a vivir y vivir significa también tener un hijo'».
Registro íntimo de una época
La colección de Cartas de la Dictadura comenzó tres años atrás en la Biblioteca Nacional. «Ya tenemos más de 30 personas que han decidido donar sus fondos, son unas 7000 cartas que abarcan un arco ideológico muy grande, de edades, géneros y situaciones», explicó Laura Giussani, quien tuvo la idea y dirige el proyecto.
El material está abierto a la consulta pública, de lunes a viernes de 10 a 17, y a recibir más donaciones. En ambos casos, hay que escribir un mail a <archivosycolecciones@bn.gov.ar>.