Por Hernán Dearriba
Cuando Néstor Kirchner asumió la primera magistratura en mayo de 2003 algunos veteranos de las derrotas populares de los 60 y 70, se sorprendieron al descubrir que el santacruceño podía abrir una nueva e inesperada oportunidad para quienes estaban a punto de tirar la toalla en su histórica lucha por una sociedad más justa. Por entonces, se repetía una frase que indicaba que el kirchnerismo equivalía a la última esperanza de una generación, a “una bala de plata”. El tiempo confirmó los cambios favorables a esas ideas y también sus limitaciones. La reacción sigue viva y gobierna.
Doce años después la derecha desarma sin pausa el modelo heredado y aspira a una era de conservadurismo, más allá de que no pocos repitan sus dudas acerca de la perdurabilidad del nuevo diseño político económico. Una nota del diario Clarín asegura que un empresario que almorzó con Cristina en Rio Gallegos, dijo que la ex presidenta piensa que “si Macri arregla con los fondos buitre se va a quedar doce años”, aunque con un intermedio de un delfín impuesto por el Pro.
En realidad, ni siquiera los dirigentes políticos más perspicaces tienen la bola de cristal, porque los movimientos sociales suelen ser impredecibles y pueden sorprender al más pintado. Un anciano que padeció la cárcel por anarquista y fue luego amigo de los sindicalistas combativos de Córdoba, reveló antes de morir que el preclaro Agustín Tosco le había confesado su desazón por el quietismo popular, una semana antes de que estalle el Cordobazo.
Nadie sabe siquiera cómo reaccionará la mayoría de los argentinos si los salvavidas financieros que el macrismo busca a toda costa en el exterior no llegan a tiempo para paliar los efectos deletéreos del ajuste. Y mucho menos cómo se expresará en las próximas elecciones legislativas.
En las discusiones políticas callejeras están los ciudadanos que lamentan la drástica pérdida del poder adquisitivo del salario y el aleteo del fantasma del desempleo,así como los que mantienen su apuesta conservadora y advierten que el gobierno aún no llegó a los tres meses de gestión. Están los que añoran los lúcidos mensajes de la morocha, hasta los que celebran no verla.
Comienzan a aparecer algunos electores arrepentidos del oficialismo, pero nadie ha podido mensurar su magnitud. Están los que creen que un arreglo con los poderes mundiales abrirán la Argentina al mundo y los que creen que la abrirán de piernas, los que esperan la lluvia de dólares y los que preferirían vivir con lo nuestro sin volver a endeudar a varias generaciones de argentinos. En fin, se mantienen los dos consensos: el de centro a la derecha y el del centro a la izquierda.
Pero el equilibrio puede comenzar a alterarse cuando terminen los aires estivales, llegue el otoño y las nuevas facturas de los servicios públicos. Cuando los comerciantes certifiquen la caída en el consumo por efecto del menor poder adquisitivo. Cuando comiencen a cerrar industrias para volver a la importación. Cuando los legisladores kirchneristas que se mantiene fieles pese a las traiciones, alcen sus voces en las sesiones del Congreso que se inauguran el martes. Recién en las elecciones legislativas de medio término, se sabrá cómo evolucionaron los consensos políticos.
Los trabajadores de este diario, luchan para que Tiempo Argentino esté en la calle para contar ese tiempo nuevo.