Por Roberto Caballero
Es altamente llamativo el esfuerzo que hizo la prensa oficialista para explicar el –como mínimo- polar encuentro del presidente Mauricio Macri con el Papa Francisco. La proliferación de fotos menores que publicaron Clarin y La Nacion para intentar tapar la imagen central de Presidencia de la Nación donde al Sumo Pontífice se lo puede ver con gesto adusto, lindante con el desagrado, flanqueado por el líder PRO y su esposa, es una editorial en sí misma, que resume lo lejos que están las políticas que se están aplicando en nuestro país y la mirada crítica, presente en sus encíclicas, que tiene Francisco sobre ellas. Evidentemente, la comunicación gubernamental se la vio en figurillas para disimular el encuentro que terminó en desencuentro. Los editores complacientes de los diarios que ya sabemos optaron por darla de lejos, en una pirueta que, lejos de ocultar la fuerza de la postal, torpemente la agiganta en su mensaje político. Los llamados desde Casa de Gobierno a las redacciones fueron varios e insistentes, tratando de amenguar el impacto negativo de una reunión desangelada. Todos en idéntica sintonía, con la intención de explicar la breve, brevísima ceremonia de apenas 22 minutos, que contrastó con el tiempo y las sonrisas que el Papa le dedicaba a CFK mientras fue presidenta. “Macri pidió que fuera todo protocolar y el Papa hizo caso a su pedido”, “el Papa no le perdona a Mauricio que haya dejado avanzar el matrimonio igualitario en la Ciudad”, “el Papa es peronista y Mauricio liberal y, aunque se respetan más allá del protocolo, hablan lenguajes distintos”, “el Papa está viejo, se hace el rebelde y no entiende que se trata de dos jefes de Estado, Mauricio estuvo bien, Francisco no”, todas estas frases salieron de la Casa de Gobierno como flechas para resistir y resignificar la obviedad del contenido de la foto. Hasta Joaquín Morales Solá, en su columna dominical, tuvo que admitir que Macri y el Papa vienen de dos mundos diferentes y en su conclusión, haciendo equilibrio entre su lealtad oficialista y su fe católica militante, a su manera, pidió por la libertad de Milagro Salas, tema que dominó parte del encuentro en el Vaticano, aunque pocos lo dijeran.
La única que dijo la verdad sobre lo que pasó fue la periodista Alicia Barrios, amiga personal del Papa. La reunión fue tensa, glacial y el Papa le preguntó por la parlamentaria del Parlasur detenida ilegalmente. Y la que, por el lado del gobierno, tampoco mintió sobre lo que genera la figura de su Santidad en Balcarce 50 fue la socia de Cambiemos, Elisa Carrió, quien acusó –insólitamente- al Papa de empoderar a los violentos y trabajar para la división de los argentinos.
Es probable que Macri crea, con Durán Barba, que el Papa no influye, ni para bien ni para mal, en la política local. Olvidan, sin embargo, que están frente a uno de los argentinos más influyentes del mundo. El pastor de 1200 millones de almas que predica contra las políticas que él impulsa en el país. Tarde o temprano se van a enterar de lo que eso significa. «