Por Darío Sztajnszrajber
Aquí. Lo cercano y lejano. Ese cruce ambiguo donde comienza a constituirse el sentido. Lo que está muy cerca desborda la palabra, la deja chiquita. Lo que está muy lejos permite adorno, sofisticaciones. Poner en palabra parece ser la única manera de transmisión, pero la palabra aleja. A menos que en su ruptura se vuelva creación. Crear nunca es desde la nada porque la nada no existe. Salvo en la ESMA. O en la ex-ESMA. O en ese guión que fractura lo que ya no es de lo que nunca tuvo que haber sido. Subimos al tercer piso del Casino de Oficiales. Ni cercano ni lejano. Ni. Otro espacio que no nombra ni deja ausencia. Nadie quiere ser creativo con el horror, pero todos necesitamos que el testimonio perdure. Tic tac. Creo estar escuchando los corazones de los muertos, pero no son fantasmas. Todos vamos a morir. También los torturadores. ¿No les pasa que después de visitar este tercer piso, durante días, miramos a la gente con otro rostro? Creo que todo en última instancia tiene que ver con el amor. O con el odio que es lo mismo. Cuando tenía diez años mis padres me llevaban a un club aquí cerca cruzando la Gral Paz. Pasábamos por aquí y alguna vez habré preguntado. No hay olvido. Me encantaría que los ángeles existieran y que se hayan dedicado a contar las veces que miradas que no veían posaban la vista en las ventanas del tercer piso del Casino de Oficiales. Le decían Capucha. Hoy recorremos sus restos. Leemos sus carteles con los testimonios de los sobrevivientes. Ya no hay nada. Cosa muy distinta a que te reduzcan a nada. No tiene nada que ver con la muerte. La muerte hasta puede ser –si quisiéramos- una experiencia grata: la experiencia del final de la experiencia. Aquí no queda nada. Los carteles incluso sobran. Las paredes. El techo. Alguien cuenta que parece que Massera una vez festejó el cumpleaños de su hija y una invitado vio justo cuando ingresaban a alguien encapuchado. ¿Puede alguien después de haber visitado Capucha volverse a poner una capucha? No se si la memoria es pedagógica. Es política. Define una sensibilidad. Hay gente que sigue pasando por Libertador y a sabiendas de la historia, continúa mascando chicle. Y siente en lo más profundo del paladar un fuerte sabor a frutilla. Aquí se destruían los paladares y se lograba hacer perder toda dimensión de distancia. Los restos no se hacen de palabras, sino de restos. La palabra embellece y aquí no puede haber belleza. Y si la hay, ya no es aquí. Por eso ni siquiera es un museo. Ni siquiera es un lugar. Solo una herida y abierta. Ni la justicia la puede cerrar. Solo el tiempo, a veces; o solo el final de tiempo, si lo hay. Tal vez lo humano no sea más que esta fractura entre lo que nunca pensamos que llegaríamos a hacer y lo que no podemos creer que hemos hecho. Crear nunca es desde la nada porque la nada no existe. Salvo en la ESMA. O en la ex-ESMA. O en ese guión que fractura lo que ya no es de lo que nunca tuvo que haber sido. Aquí.