Matar para vivir: el testimonio de dos víctimas de violencia de género

Por Enrique Quarieri – 21 de diciembre de 2014

Pasan los años y el número de mujeres asesinadas por sus parejas sigue siendo cada vez más alto. Beatriz López y Nora Amaya podrían haber sido otro nombre en la larga lista de las marchas de “Ni Una Menos”, pero tomaron la decisión más extrema: mataron a sus maridos abusadores. Lo hicieron por sus hijos y para sobrevivir. Fueron encarceladas y pasaron casi dos años lejos de sus familias, pero la Justicia entendió que eran víctimas que tuvieron que convertirse en victimarios para salvar sus vidas y las absolvieron a fines de 2014, sentando un precedente legal importante en la lucha contra la violencia de género.

Cuando se vieron, por primera vez después de casi dos años, una sonrisa se dibujó en sus rostros y se fundieron en un gran abrazo. Se preguntaron por sus hijos, se felicitaron e intercambiaron números de teléfono para estar en contacto. El simple hecho de estar ahí, las dos libres, era algo que hasta hace unos días parecía imposible.

La última vez que habían estado juntas, Nora Amaya, de 33 años, y Beatriz López, de 36, habían compartido poco menos que un mes en una oscura celda en la Comisaría 3ª de Lanús. Ambas eran víctimas de violencia de género, cuyas situaciones de abuso a manos de sus parejas llegaron a fines de 2012 al punto extremo: matar o morir. En las últimas semanas, las mujeres afrontaron sus respectivos juicios por los homicidios de sus concubinos, en los que fueron absueltas por el mismo tribunal, en dos fallos que fueron revolucionarios.

Tiempo las reunió para reflexionar sobre sus tragedias personales que ya son parte de la historia judicial.

–¿Cómo es volver a verse después de tanto tiempo?
Beatriz: –Nosotras, por el tema de que estábamos pasando por lo mismo, nos sentimos identificadas una con la otra. Ella entró después. Yo ya estaba cuando llegó a la comisaría. Al principio lloraba, tomaba mate nomás y no comía. Hablamos mucho y nos contamos lo que nos había pasado. Nos contuvimos. Algo de volvernos a encontrar en otra situación las dos…
Nora: –Estuvimos en la situación fea, de angustia, de no querer saber nada y ahora lo primero que le pregunté fue por los hijos. Habíamos perdido contacto porque a ella la trasladaron antes a un penal (el de Magdalena) y a mí me llevaron a la cárcel de Azul.

A principios de febrero del 2013, las dos mujeres fueron trasladadas y ya no se volvieron a cruzarse. Pero el destino decidió que, cuando fueran elevadas a juicio sus causas por homicidio, las dos recayeran en el Tribunal Oral en lo Criminal 6 de Lomas de Zamora, integrado por María Laura Altamiranda, Gabriel Vandemberg y Claudio Fernández.
El 3 de diciembre pasado Beatriz fue absuelta por el asesinato de su marido, el policía federal Gastón Márquez, de 23 años, en un fallo dividido en el que los jueces avalaron el pedido de su abogada, María Raquel Hermida Leyenda, de considerar la violencia de género como un delito permanente y que ella actuó en legítima defensa, sentando jurisprudencia.
Trece días después, el 16, Nora también resultó absuelta por matar a su pareja Claudio Velázquez, de 37 años, y, aunque recién este martes se conocerán los fundamentos, se cree que irán en la misma línea que los de Beatriz. Su abogada, Patricia Sanmamed, consideró que si se la libera por legítima defensa sería un gran avance, ya que esa figura tiene una concepción muy machista en el Código Penal.

En ambos juicios los fiscales pidieron que fueran condenadas, Beatriz a diez años y Nora a 15. El  juez Fernández votó en disidencia.

–¿Qué sintieron cuando escucharon la sentencia?
N: –No estaba tan segura con lo que iba a pasar, pero tenía alguna esperanza. De la sentencia no entendía nada. No entendía lo que estaban hablando. Y ese momento la mire a mi abogada (Sanmamed) y cuando ella me explicó lo que estaba pasando y me dijo «estás libre», recién ahí caí.
B: –Yo tampoco entendí hasta que la mire a Raquel y la veo llorando y me dice algo así como «sos libre»… Estoy como que todavía no caigo. Sé que si no, no estaría acá, pero hay días en los que me siento igual. Fueron dos años de encierro. A mí me cuesta mucho salir.
–¿Qué pasó al conocer que ambos casos eran similares y quedaban en libertad?
B: –Me dio mucha alegría. Yo no sabía que ella también estaba en juicio, me contó mi hermana, porque sabía que yo la conocía. Tenía una re emoción como si me hubiera vuelto a pasar a mí, lloré mucho porque, bueno (al borde del llanto) la entiendo.
N: –Yo me enteré por una chica del servicio penitenciario que decían de una tal Bea que estaba en juicio. Me puse a buscar su nombre y, al salir su foto y ver que era ella, estuve esperando ansiosa el día de la sentencia. Cuando le dieron la libertad, yo puse la tele a esa hora y estaba recontenta porque había salido todo bien.

El mismo día que quedó libre, Nora –que había llegado al juicio con prisión domiciliaria– fue a firmar a la comisaría y luego se dio el gusto de salir a hacer los mandados junto a sus tres hijos.

A Beatriz le costó un poco más salir. En su caso, ella había estado privada de su libertad por Márquez, pero con el tiempo se animó y está contenta de poder llevar  a su beba de dos años al médico.

Ambas destacan que la gente en sus barrios las recibió muy bien y las felicitan por haber superado esta situación: «De parte de la gente hay mucho apoyo y felicitaciones, te gritan ‘fuerza'», comenta Nora. Aunque Beatriz, por su parte, también recordó algunas situaciones desafortunadas: hace unos días estaba en una parada de colectivo con su hija y un hombre intentó hacerse el gracioso. El chiste no le cayó muy bien.

–¿Qué le dirían a una mujer que está en la misma situación que sufrieron ustedes?
N: –Que pidan ayuda, que traten de salir de eso. Y la policía también tiene que ayudar, tiene que darles bolilla. Hay que ayudar a las mujeres que sufren abusos.
B: –Que hablen sí, que hablen y que denuncien. Sea como sea que denuncien. Porque se tiene que terminar esto. Basta de mujeres muertas y que no pase como nos pasó a nosotras. Que no se llegue a esto.
–Reaccionarían de la misma forma?
B: –Pienso que no me va a volver a pasar. Tengo una beba y me voy a dedicar a ella, también tengo una hija de 17. Me voy a dedicar a mi beba, a criarla, no pienso en eso.
N: –No, no lo haría. Pediría ayuda, porque yo me guardaba todo, no era de contarle a nadie. Después de lo que pasó dije nunca más un hombre porque lo único que quiero es criar a mis hijos y vivir para ellos.  Mis únicos hombres son mis hijos.

La noche del balazo fatal

Beatriz López, de 36 años, conoció a Gastón Márquez en un cumpleaños. Diez años más joven que ella, la mujer durante dos años rechazó los avances del muchacho porque era amiga de la madre, hasta que un día aceptó salir con él y se encontraron en una plaza del barrio en el que vivían en Banfield Oeste.

Al principio se mostraba muy cariñoso e incluso le confesó su amor, pero, de a poco, comenzaron a aflorar los celos. Le molestaba que la gente la saludara en la calle.

Llegaron los primeros golpes. La trataba de puta y le preguntaba si había estado con otros hombres. Primero cachetadas y sacudones, después fueron empeorando.

El joven le pidió tener un hijo y ella aceptó, porque quería ser madre otra vez –tiene una hija adolescente– y él le prometió que iba a cambiar. Con el embarazo empeoró.

Se fueron a vivir juntos y los maltratos se volvieron cotidianos. Ella no podía salir, a menos que fuera con él. Le sacó un diente de un golpe, la amenazaba con cuchillos y con su pistola reglamentaria –era agente de la Policía Federal desde el 20 de julio de 2012–, la violaba con la tonfa, le tiraba gas pimienta.

Cuando la dejaba sola, encerrada y a veces esposada, para ir a trabajar, le mandaba mensajes. Ella intentó dejarlo, pero él amenazó con suicidarse y con matar a la hija mayor de Beatriz, a la que se refería como «bastarda».

El punto de inflexión llegó la madrugada del 16 de noviembre de 2012, la beba de ellos tenía 45 días y Márquez, que había violado y maltratado a Beatriz durante toda la noche, apuntó a la beba con el arma. Ella lo mató de un balazo en el ojo.

Los últimos insultos

Nora Amaya conoció a Claudio Velázquez y nunca pensó que siete años después terminaría matándolo de una puñalada en el abdomen para salvar su vida.

La relación comenzó normalmente. Recién al año, cuando se mudaron a una casa de Villa Corina, en Avellaneda, empezaron a aflorar los celos de Velázquez, que era un hombre corpulento, de unos 115 kilos.

Él tomaba alcohol, llegaba de su trabajo borracho, y solía consumir pastillas, una mezcla que lo ponía violento. De a poco los celos se convirtieron en insultos y los insultos en golpes.
Nora trabajaba como mucama en la clínica Santa Isabel de Flores, durante el turno noche, y si llegaba tarde o temprano a su casa no importaba, su pareja la recibía a los golpes.

La violencia derivó también en abusos sexuales. Un día que Nora se negó a tener sexo, entonces Velázquez la violó. Ella quedó embarazada de una nena, que decidió tener, más allá de que la quiso obligar a abortar. Cuando nació, él decía que no era suya.

Con su otro hijo con ella y el hijo mayor de Nora no se comportaba mejor. Si bien nunca los golpeó, siempre los trataba de «guachos» y los amenazaba para amedrentar a su mujer.
El 30 de diciembre de 2012, la mujer volvió de trabajar y comenzó a limpiar la casa, mientras su concubino la insultaba.

Estaba borracho y la acusaba de haber estado con otro hombre. En un momento se le arrojó encima y Nora llegó a tomar un cuchillo que le clavó en el abdomen. Velázquez cayó herido y ella intentó ayudarlo. Llamó a la policía y confesó el hecho. Su pareja murió antes de llegar al hospital.

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