El mejor amigo para las noches de soledad

Por Juan Manuel Strassburger – 12 de noviembre de 2015

Considerado uno de los grandes guitarristas de todos los tiempos, el músico celebra siete décadas de vida y una carrera brillante. Fue clave para varias generaciones de músicos de todo el mundo que hoy lo destacan con admiración. Opina Ariel Minimal.

Tranquilamente podría haber quedado como un héroe folk más. El favorito de las suegras para un domingo a la tarde. O el más admirado por nuestros tíos progres a la hora del sermón familiar. Le alcanzaba con hacer la plancha con un par de discos de auto covers y la adhesión políticamente correcta a cada causa de su tiempo. Pero no. Cuando Neil Young, que hoy cumple gloriosos 70 años, podía eternizarse en un sonido pastoral y acústico, prefirió elevar los amplificadores hasta el cielo (o experimentar hasta con la electrónica); y cuando hubo que discutir a Reagan, le reconoció algunas medidas, sobre todo las relativas al impulso de la iniciativa personal (o al revés: cuando casi todos en los Estados Unidos parecían adherir livianamente a las intervenciones en Irak, gritó a los cuatro vientos su impugnación total a los Bush, tanto padre como hijo).

«Trabajo para lograr la inspiración. No para lograr aceptación. Mi trabajo es crear canciones. Y si no funcionan, lo lamento: me contento con que funcionen para mí», repite el hombre de las patillas anchísimas, el pelo de paja y la mirada agrietada de granjero, cada vez que le preguntan por su manera de vivir y hacer las cosas. Y también: «De alguna extraña manera, manteniendome en lo que quería, me las arreglé para darle a la gente lo que No quería escuchar. Y, aún así, que me aceptara y que volviese por más. A veces me pregunto cómo lo logré. Pero te aseguro que no me quejo».

De nominal origen canadiense, el viejo Young (o el joven Neil) vivió, en realidad, por y para el mito rural de Estados Unidos: sus praderas, sus desiertos, sus montañas rocallosas, sus conquistas del Oeste, sus carreteras y sueños frustrados. Por supuesto que no fue el único, pero sí, seguramente, uno de los más sensibles y auténticos (cuánto vale esa palabra en manos y boca de Neil Young). En él confluyen la herencia celta del folk primitivo y la religiosidad casi puritana de los primeros colonos con la transgresión post beatnik de la California refundadora y la rabia y la tozudez de los cantantes de protesta sin tiempo y sin panfleto. Porque Neil Young podrá tirarse contra Monsanto (como en su último excelente disco salido este año) o refugiarse en la ecología más radicalizada (como cuando en 2008 inventó un auto eléctrico y enchufable), pero nunca a costa de perder el swing o el yeite de sus canciones. No hay en sus temas un sometimiento de la forma al contenido (como en los cantores de protesta más toscos) sino, más bien, la seducción del mensaje por medio de la cadencia, el groove o los leitmotiv más musicales.

«El rock ‘n roll es de todos. Me encantaría que sólo fuera la música del Diablo. Pero es evidente que no: que también es la música de Dios. La música en la que Dios y el Diablo se dan la mano y se sonríen por un rato», supo sostener en una entrevista radial de 1969, ya en esa época una figura ascendente, y uno de los mayores cultores de la herencia cultural de Elvis Presley («Fue mi primer ídolo, quería ser exactamente como él») pero llevado a su propio ámbito: la canción folk de pradera y el rock furioso de asfalto y la quinta a fondo. «La gente –contó en 2008– no deja de decirme que mis canciones la ayudaron en determinados períodos de su vida. Y realmente nunca entendí cómo es que sucede eso. Aunque supongo que tendrá que ver con cómo las compongo, de dónde salen».

De padre periodista y mujeriego que partió del hogar en cuanto pudo, y madre alcohólica y amargada que nunca pudo superar el abandono, Neil Young ciertamente tenía de dónde sacar esas canciones dolidas y heridas; cantadas desde un hilo dulce de voz. «En mi vida he tenido varios momentos complicados de salud: enfermé de polio de chico, tuve un aneurisma cerebral, y sufrí varios ataques epilépticos. Pero ninguna de estas cosas realmente torció mi rumbo de la vida. O eso creo. Por eso las valoro. Les agradezco. Me hicieron lo que soy», aseguró en el primer tomo de su autobiografía aún en progreso.
No le costó a Neil Young obtener reconocimiento. Ya con Buffalo Springfield, su primera banda importante (antes hubo otras preliminares), se convirtió en pionero del naciente country-rock (pronto llevado a su cima por Gram Parsons, entre otros). Y con el supergrupo que formó junto con Crosby, Still y Nash (CSNY), encarnó como pocos el el viejo anhelo hippie y californiano: la tierra prometida hecha canción. Pero las cosas no podían ser lineales para el futuro padrino del grunge (ver recuadro). Con Buffalo Springfield nació también su relación de amor y odio con Stills, que luego trasladó a CSNY y lo hizo sentir durante mucho tiempo como el cuarto en discordia, el eterno aislado de la banda («CSNY nunca volverá a reunirse», dijo en un concierto el año pasado. «Pero quiero mucho a Stephen», agregó, dejando en claro que ya había dejado atrás su enemistad con Stills pero no así con David Crosby).

Para la misma época de CSNY, como si fuera poco, se consagró como solista tras dos discos hoy clásicos pero no tan populares en su momento como Everybody Knows This Is Nowhere (1969) y After the Gold Rush (1970); y sobre todo con Harvest (1972), su obra maestra. Un testimonio vital y atemporal de la sensibilidad folk como pocas veces antes o pocas veces después pudo escucharse. Pero también un salto al vacío respecto a la orquestación que practicó en varios pasajes casi por azar y que se convirtió en una marca involuntaria de su sonido más icónico. Un reclamo que le harían desde entonces y que pocas veces accedió a replicar. «Harvest me colocó de golpe y a toda velocidad en medio de la ruta. Y eso pronto dejó de divertirme. Entonces me aparté hacia la banquina. Un recorrido mucho más arduo pero a la vez más interesante», reconoció en las líneas introductorias de Decade, uno de sus primeros recopilatorios.

Y fue literal: los siguientes discos de Young (varios de ellos buenísimos ) son conocidos como parte de su época «ditch» (algo así como los discos de trinchera o hechos desde las sombras). Álbumes que exploraron un brillo oscuro y tornasolado en su voz y en su sonido de Young, pero que cautivó aún más a sus fans más acérrimos. «Tan pronto empezás a hablar de mística es que no tenés ninguna», decía por esa época, lejos de las grandes luces y el estrellato reciente hasta que… publicó Rust Never Sleeps, otra vez con los Crazy Horse (su GRAN banda de acompañamiento; algo así como la E Street Band para Bruce Springsteen) y su obra alcanzó otro estadío.

Potente, estridente, grabado prácticamente en vivo, Rust… le trajo a Neil todo un nuevo público (en general, ya impactado por la revolución punk de pocos años antes) que se deslumbró con este «viejo» (apenas tenía 34 años cuando lo grabó) que había robustecido su sonido con una adustez que mucho de sus pares más jóvenes y supuestamente más salvajes no eran capaces de conseguir. De ese disco salió también el germen del resurgimiento de su carrera a fines de los ochenta (después de varios años de experimentar otros rumbos sin buena respuesta y pelearse agriamente con su discográfica Geffen) cuando grabó Freedom (que contenía el super hit «Rockin’ in the Free World») y luego Ragged Glory, una especie de continuación de aquel Rust… y enlace reconocido con la generación alternativa ya en actividad (ver recuadro).

«A medida que me vuelvo viejo, me veo a mí mismo más pequeño. Veo otras partes del mundo y de la realidad que antes no veía. Otros puntos de vista. Salgo de mí mismo mucho más», dijo en una entrevista reciente a propósito de los 70 que se le venían encima. Edad a la que llega sacando uno o dos discos por año y haciendo aún buena música que le gusta; respetado por sus pares de ayer y de hoy (Jack White no deja de invitarlo o citarlo en cuanto proyecto se le venga en mente) y, básicamente, siempre fiel a su propia convicción. El mejor amigo para todo aquel que sabe escuchar su voz para sentirse un poco menos solo. «

El padrino del grunge

Tenía que suceder. El mismo año que Neil Young publicó Freedom, su retorno al rock más distorsionado en mucho tiempo, la generación alternativa que estaba por volverse mucho más famosa (Pixies, Sonic Youth, Dinosaur Jr y The Flaming Lips entre otros) le dedicó The Bridge, el álbum tributo que daría la pauta de lo que sucedería después: el reconocimiento de Nirvana y Pearl Jam (que hasta oficiaron de banda de apoyo en Mirror Ball, de 1995) hacia su figura paternal y querible. Influencia mayor no sólo en cuanto a actitud y postura frente a la industria sino respecto a su sonido (mucho más estridente que sus pares generaciones) y cierta revaloración la música de raíz (el folk) que empezaron a mostrar las bandas grunge en los 90. «El hecho de que Kurt citara las líneas de mi canción («Mejor arder que desvanecerse», de «Hey hey, my my») en su nota suicida me conmovió profundamente», expresó en su momento y desde entonces dolido por no haber podido estar ahí para ayudarlo. «Pearl Jam, Nirvana, Sonic Youth son todas bandas que siempre respeté y admiré mucho. Y algo parecido puedo decir ahora de My Morning Jacket, Wilco, Mumford and sons y otras. Respeto a las bandas que me dan algo de ellas mismas que puedo sentir. Las bandas poseras, en cambio, me desaniman totalmente», dejó sentado en su autobiografía. Por estas tierras, no son pocas las voces que admiran su figura. Por estas tierras, no son pocas las voces y bandas que admiran su figura. Entre ellas, Manu Moretti de Estelares (que versionó «Birds» en Ardimos, de 2003), Ariel Minimal de Pez (que hizo «Don’t cry no tears», junto a Flopa Lestani en 2012) y Chizzo de La Renga, que castellanizó «Hey hey, my my» en La esquina del infinito (del 2000).

El maravilloso egoísta

Por Ariel Minimal. De Neil Young me gusta que es egoísta. Que obedece a sus impulsos. Es un tipo sanguíneo. Ya sea con su acústica o con su banda de rock atrás te transmite algo muy visceral y muy sincero, con muy pocos adornos y muy medular. Su manera de cantar no es la de los grandes cantantes, seguramente no es un súper dotado como cantante, pero me parece que lo que tiene Neil Young es que tiene algo que tiene para decir y te lo dice. Y nadie mejor que él para cantar sus canciones. No recuerdo el momento exacto en que lo conocí, obviamente sabía de él por leerlo de chico en la Pelo. Pero seguramente (Sergio) Rotman me hablaba mucho de él y me insistió para que lo escuchara. Creo que el primer disco suyo que tuve fue el compilado Décadas que compré en el Parque Rivadavia. Lo gasté de tanto escucharlo. Y cuando en el 2001 me enteré que venía con los Crazy Horse en el Campo de Polo me emocioné. Durante muchos años se relacionó al rock con la juventud, con algo para jóvenes, pero aquella vez, cuando los vi como gente mayor o veterana dejando la vida en el escenario, me di cuenta que eso es lo que yo quería para mí. Cantante y guitarrista de Pez, La Luz y El Siempreterno.

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