Víctor Hugo Morales se sumó a la marcha al Ministerio de Trabajo y, antes de lanzarse a la Avenida Callao con los trabajadores del diario, dejó esta confesión.
Desde antes de que hubo cruzado el charco, desde que correteaba por las calles de su Cardona natal, a ese siempre grandote impulsivo, de andar arrollador, sonrisa fácil y palabra abrumadora le decían Nene.
Ayer fue el primero de los trabajadores de Tiempo Argentino en llegar a metros del Congreso para golpear las puertas del Ministerio de Trabajo. Aseguraba que no era el calor de Buenos Aires lo que lo retenía, sino su adhesión a la convocatoria de los laburantes del diario, a los que sin duda considera compañeros, no solo por su condición de laburante, sino como mero columnista de este diario, desde el mismo día que vio la calle por primera vez. A él también, aún como un trabajador privilegiado, le impusieron la ley del más poderoso y desde el estado le cerraron puertas laborales, una tras otra, por su férrea posición política, luego de ser despedido de Radio Continental, y poniendo la pauta sobre la mesa de los patrones de medios, para evitar que fructifiquen negociaciones de nuevos posibles conchabos.
El Nene tiene desde hace varios días a su familia en el Este uruguayo, pero postergó la partida a juntarse con ellos para estar acompañando las banderas de Tiempo.
Es el mismo tipo, que a modo de “rock-star” ingresó entre la extraordinaria multitud que se convocó para el festival que se organizó el domingo 31 en el Parque Centenario y demandó que más de uno se inventara insólitamente como provisorio culata para resguardarlo de las inmensas muestras de afecto y de admiración, casi desmesuradas, decididamente increíbles. El tipo había llegado un rato antes de Ecuador, demorado por una avería en la máquina, y aunque la madrugada anterior, en horarios alocados, angustiado por la posibilidad de no cumplir con la promesa de acompañar a los trabajadores, había trasmitido vía telefónica una parrafada de apoyo y cariño para ser trasmitida en el festival. Pero apenas plantó un pie en Ezeiza avisó que se zambulliría en el Parque Centenario, en cuanto llegara el auto que él mismo manejara. Cuando pudo arribar al escenario, su verba y su compromiso hicieron el resto. Las veintipico de lucas de pibes, y no tan pibes, que esperaban vibrar con la Bersuit o con Las Manos de Fillippi, se emocionaron con ese grandote de andar arrollador, sonrisa fácil y palabra abrumadora al que los íntimos por siempre le dijeron Nene.
Ese muchacho que el martes compartió una mateada con otros periodistas en la puerta de la redacción y que hasta pareció entusiasmarse al recorrer los escritorios atestados de caras con sueño, comestibles de todo pelaje y alguna almohada perdida por allí desde la noche anterior en la permanencia pacífica. Se sentó, siguió charlando y uno de sus acompañantes lo chicaneó para llevárselo: “¿Te vas a quedar a dormir?”.
Y ahí decidió quedarse en Buenos Aires un día más para asistir la marcha al Ministerio. Y llegó temprano. Y empezó él a recibir a los compañeros, mientras se sentó en una mesa de un bolichito de Callao y Mitre a tomar un feca, y mientras recibía mil y una salutación, y le pedían mil y una foto, e invitaba a Martín Sabbatella a sentarse junto a él. Y se le iluminó la sonrisa grandota de Nene, entrecerró los ojos achinados, se acercó a su fiel acompañante Heber y a un periodista de Tiempo y a modo de confesión cómplice de una travesura, casi susurró: “Por primera vez en mi vida, voy a cortar una calle”.