«Abajo del ring es donde están todos los peligros del mundo»

Por Ivana Romero – 25 de octubre de 2012
Sergio «Maravilla» Martínez volvió a Argentina en 2012 luego de alzarse con el título mundial de peso mediano en Las Vegas. En ese marco presentó el libro «Corazón de campeón». Tuve estrictos diez minutos para entrevistarlo. Me interesaba el hombre detrás del personaje, su curiosidad por la literatura, su capacidad de mostrarse sensible y aún vulnerable. Clásico formato pregunta-respuesta para un mano a mano entre una periodista y un campeón del box.

Sergio «Maravilla» Martínez estuvo 72 horas en la Argentina. Volvió para celebrar su triunfo sobre el mexicano Julio César Chávez Jr. en las Vegas y para admitir, según contó, que sí, que antes de quemar las naves en el duodécimo round, sintió la energía de todo un país en sus brazos. Pero el boxeador, de 37 años, nacido en Quilmes, también vino para presentar su libro Corazón de rey (entrena tu mente, conquista tus sueños), publicado por la editorial independiente Hojas del Sur y distribuido por Planeta. A ritmo de round, un grupo de periodistas dispuso de estrictos ocho minutos cada uno para hablar a solas con «Maravilla». Así que de la puerta hacia fuera de esa habitación del hotel Caesar Park, cada uno esperaba su turno. Y de la puerta hacia adentro, una pantalla iba marcando los segundos que se caían mientras en el centro, Martínez sonreía como el chico de barrio que fue, como la estrella que sabe que está siendo.

–Durante la conferencia de prensa de esta mañana dijiste que uno de tus libros preferidos es La conjura de los necios. Pero su autor, John Kennedy Toole, se suicidó a fines de los ’70 y el personaje que creó, Ignatius Reilly, es un absoluto antihéroe. ¿Qué te interesó de ese libro?
–Que es un libro espectacular. Es como la sociedad, que tiene sus propias locuras y contradicciones. Kennedy Toole fue capaz de describir eso. Aunque se haya publicado recién en los ’80, se puede decir que se está leyendo una historia de vida de hoy en día.
–¿Qué te interesa entonces de la literatura? ¿La capacidad de hablar de su tiempo?
–No sabría decirte. El Señor de los Anillos me pareció excelente. Lo mismo el Hannibal Lecter que creó Thomas Harris y cuando leí otro libro suyo, Dragón Rojo, también me pareció estupendo. Marina o La sombra del viento de Carlos Ruiz Zafón son maravillosos, de lo mejor que leí. Son libros que no tienen que ver con épocas sino con contar buenas historias.
–Entonces decidiste escribir la tuya…
–Sí, llevaba muchos años con ganas de escribir un libro. Tenía escrito a retazos muchas cosas hasta que un día dije «vamos a ver cómo unimos todo esto». Empecé a juntarlo y salió Corazón de rey.
–Ahí hablás de la capacidad de alcanzar lo que uno se proponga. Pero para eso es necesaria una enorme fe. ¿En qué creés?
–En mí, creo mucho en mí mismo. Por ahí para mucha gente puede sonar como una falta de respeto cuando no hablo de religión. Es decir, fui monaguillo y estuve dando clases de catecismo un tiempito en mi adolescencia pero hoy en día no tengo religión. Si me preguntas si creo en Dios, te diré que creo en algo superior pero sin hablar de religiones.
–En el libro hablás de la pobreza durante tu infancia, de dilemas familiares y admitís «soy hijo de los traumas». Parecés un ser invulnerable y sin embargo…
–Todos arrastramos durante nuestra vida traumas infantiles. Estoy seguro.
–¿Vas a algún terapeuta?
–No, nunca lo hice.
–Sin embargo ¿sos capaz de admitir heridas.?
–Absolutamente. Soy un ser humano común y corriente.
–Ya dejaste de ser tan común y corriente. Son pocas las personas con tanto reconocimiento masivo. Sin embargo, también escribís sobre tu soledad, enfocado en tu trabajo y en tu deseo.
–Sí, hay un pedacito del libro donde se habla de la soledad del campeón. Y en este momento está mi madre ahí (señala a Susana, que lo escucha desde un costado) y estás tú ahí. Pero yo estoy solo. No me da temor eso. Tampoco me da temor el éxito.
–¿Quién te enseñó a leer?
–(Deja de mirarme y busca a su madre) ¿Quién me enseñó a leer, Susana, cuando yo era chiquito? Ah, sí, el tío Rubén, mi primer entrenador.
–¿Por qué estás tan cerca de tu mamá?
–Porque vine sólo tres días y no podré ver a nadie más de mi familia. Entonces prefiero que ella me esté acompañando. Ya me ves, machacando acá y yo quiero que la señora vea que estoy trabajando y que por eso no voy a verla (risas).
–Acá afuera toda la gente está hablando de vos, queriendo verte desde que llegaste al país tras tu triunfo. ¿Cómo hacés para no marearte con el éxito?
–¿Qué éxito? Vamos, yo qué sé… Para mí el éxito está en levantarme cada mañana y mirarme al espejo y decirme «guau, qué contento que estoy, macho. Acabo de despertarme con alegría porque ayer hice tal cosa y el mes pasado conseguí un título del mundo por el que tanto luché.» Despacito. A mí no me marea el éxito.
–Ahora que decís la palabra «macho» vi varias entrevistas donde el boxeo parecía reducirse a una cuestión de virilidad…
–Ah, viste. El boxeo es pasión, es otra cosa. Sin embargo, en algunos programas dicen «este es gay». Si quieren decirlo, que lo digan, yo estoy tranquilo. ¿Me estás preguntando por eso? Ten respeto, está mi madre (risas).
–No, no te voy a preguntar eso sino algo que también dijiste esta mañana, donde hablaste de tener corazón de rey o de reina.
–Sí, porque este libro es para varones y mujeres, para quien quiera leerlo. Además, más allá del sexo está el ser.
–¿Podés conectar con tu costado femenino?
–Todas las mañanas me rizo las pestañas y me conecto con mi costado femenino… (risas). No, no pongas eso como algo textual, sacado de contexto porque, sabes, es un problema. Viste, uno dice algo, tú lo escribes, luego cualquiera extracta dos renglones, lo ponen en un titular y me la ponen acá (se señala el cuello).
–¿O sea que no sólo hay que cuidarse arriba del ring?
–Uf, no, también abajo. Porque arriba yo sé que está Chávez o uno que sólo tiene dos manos para atacarme. Pero abajo del ring están todos los peligros del mundo. Hay gente que dice que debes vivir el ahora porque mañana no sabes si viene un camión y te mata. Yo tengo una idea para contrarrestar eso: me paro en el borde de la vereda y antes de cruzar la calle miro a la derecha y la izquierda. Así de simple. Sin embargo, la vida es mucho más compleja que eso. Porque los camiones no vienen por la calle sino que a veces te caen del cielo.
–Y ni hablar de los que hacen colisión adentro de cada uno.
–Madre mía, no me hables de eso, que eso duele más.

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